Historia de un cirujano insólito

José Luis Restán

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Que sin los laicos no es posible la nueva evangelización es mucho más que un eslogan. Por su propia vocación de “estar en el mundo” (y en un mundo que en buena medida ya no conoce a Cristo) los laicos están llamados a mostrar la belleza de la fe en todos los ambientes, haciéndolos auténticamente humanos. A esa tarea se entregó toda su vida Enzo Piccinini, médico, esposo y padre de cuatro hijos, cuya historia cuenta el libro “Todo lo he hecho para ser feliz”, que se presenta esta tarde en la Escuela de Ingenieros de Minas de Madrid.

Es, como se lee en la portada del libro, editado por Encuentro, la “historia de un cirujano insólito”, fallecido en 1999 a los 48 años en un accidente de tráfico, cuya causa de canonización ha abierto la diócesis de Bolonia, en la que nació y trabajó. Tuve la fortuna de conocer a Enzo y aquella “fiebre de vida” que le caracterizó desde su primera juventud, haciéndole vivir apasionadamente la militancia política, el temprano amor con la que sería su mujer, Fiorisa, el estudio de la medicina, y su encuentro con la comunidad cristiana a través del carisma de Comunión y Liberación. Decía que, de su fundador, don Luigi Giussani, había aprendido a ser cirujano… lo que puede resultar extraño. Quería decir que él le había introducido en el sentido de vivir, que es la dimensión más necesaria para la seriedad del trabajo. Lo cierto es que a su equipo del Hospital de Santa Úrsula llegaban peticiones de toda Italia para realizar las intervenciones más complejas.

Era la pertenencia a Cristo en la Iglesia lo que le permitía vivir el trabajo, la familia y su responsabilidad misionera sin divisiones y sin exasperación. Experimentó que Cristo no solo era la verdad, sino la felicidad de la vida, y por Él merecía la pena gastarla a manos llenas.