Pedro y Juan

José Luis Restán

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Los relatos evangélicos de estos domingos de Pascua ponen de relieve la curiosa relación entre Pedro y Juan. He escuchado al P. Mauro Lepori, abad general del Císter, una hermosa reflexión sobre esto, que nos da luz para mirar al presente de la Iglesia. Desde la primera noticia de la resurrección de Jesús, se hace patente en la comunidad cristiana el lugar central de Pedro. Todos los que tienen la gracia de encontrar a Jesús corren a decírselo a Pedro. La Iglesia naciente entiende que necesita a Pedro para confirmar la fidelidad de sus pasos al origen.

Juan, que era más fino y espiritual que Pedro, y que había reposado su cabeza en el pecho del Maestro en la última Cena, lo entiende también, y cuando ambos corren al sepulcro, aunque llega antes por ser más joven, espera a que Pedro entre primero. Juan sigue a Pedro, que sigue a Jesús. Será siempre así. Lo vemos también cuando el Señor se aparece a la orilla del lago. Juan (más lúcido y sensible) le susurra a Pedro: “es el Señor”. Él se echó al agua para alcanzarlo y, solo entonces, los demás le siguieron.

A Pedro, con todos sus límites, le corresponde la verificación de la fe, el discernimiento de los carismas. Así se lo encargó Jesús tras su triple confesión de amor: “apacienta mis corderos”. Es curioso el final de la escena, cuando Pedro camina con Jesús y se da cuenta, algo amoscado, de que Juan viene detrás, y le pregunta al Señor: “y éste, ¿qué?”. Y Jesús, de nuevo, educa a Pedro: “no te preocupes si yo quiero que él esté, tú sígueme”. Y el P. Lepori lo traduce así: no te preocupes por su carisma, por su genialidad, lo que importa es que te siga a ti que me sigues. El apego a Pedro permite que todo crezca con seguridad en la Iglesia, hasta el final.