Pilar G.Muñiz: “El mar impone las mismas reglas y puede ser igual de implacable para todos”

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La atención de medio mundo sigue puesta en la búsqueda a contrarreloj del Submarino Titán. Enseguida vamos a ver como está esa búsqueda en el Atlántico Norte porque los cálculos oficiales indican que las reservas de oxigeno del sumergible se habrían agotado a esta hora.

Pero mientras hablamos de esto, en otro punto del Atlántico, entre la isla de Gran Canaria y las costas del Sáhara, hace menos de 48 horas que se hundió una lancha neumática que llevaba a bordo entre 50 y 60 personas. Se rescataron 24 personas, 2 cadáveres, uno de ellos de un niño, y el resto del pasaje está desaparecido, una treintena de personas. Puedes imaginarte que 24 horas después, las posibilidades de encontrarles con vida son muy pocas.

Hace apenas una semana, naufragó en el mar Jónico, frente a las costas de Grecia, una barcaza donde viajaban hacinadas al menos 400 personas. Apenas 100 fueron rescatadas con vida. Del resto, no se sabe nada y ni siquiera conocemos de cuántos desaparecidos estamos hablando. Todas son búsquedas en el mar pero de realidades muy diferentes. No tiene nada que ver la aventura y el privilegio de bajar a ver los restos del Titanic con el problema de las mafias de la inmigración irregular que cada año se cobran miles de vidas en su camino hacia costas europeas.

No se trata de caer en una demagogia fácil de por qué a unos sí y a otros no, pero llama la atención el esfuerzo y el interés que suscita la búsqueda del submarino mientras pasamos página rápidamente de la muerte constante de personas que se embarcan para huir de la miseria. Quizás sea por eso, porque la tragedia en el mar es tan habitual en las rutas de la inmigración que se relaja el interés. Nos acostumbramos a este tipo de desgracias.

Por contra, la historia del submarino resulta totalmente inusual y tiene unos componentes muy llamativos. Una cuenta atrás, la leyenda del Titanic. El misterio de saber qué ha pasado o lo curioso que resulta ver cómo haya gente que puede permitirse excursiones a 250 mil euros el pasaje, a 4000 metros de profundidad. Salvar vidas o intentarlo está justificado siempre y en cualquier situación, sin distinción. Eso tiene que estar por encima de cualquier paradoja y de cualquier debate.

El mar no entiende de fronteras o nacionalidades. No discrimina entre entre sexo, raza, origen o credo. El mar impone las mismas reglas y puede ser igual de implacable para todos.