El origen de la expresión popular 'Meter el dedo en la llaga' que te dejará sin palabras

‘Meter el dedo en la llaga’ es una de las expresiones coloquiales más empleadas en nuestro país, pero muchos desconocen el origen da la frase

El origen de la expresión popular 'Meter el dedo en la llaga' que te dejará sin palabras

Redacción Religión

Publicado el - Actualizado

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‘Meter el dedo en la llaga’ es una de las expresiones coloquiales más empleadas en nuestro país. Se utiliza cuando una persona trata de indagar en un daño causado o un tema escabroso, que ha dejado secuelas especialmente psicológicas o sentimentales.

Una frase hecha muy popular, pero lo que muchos desconocen es que el origen de esta expresión tan arraigada en España es religioso. Surge cuando Jesucristo resucita después de morir en la Cruz. Uno de los doce apóstoles de Cristo, Santo Tomás (también conocido como 'Tomás el gemelo' o Judas Tomás Dídimo), no creía a los otros apóstoles cuando anunciaban aquella resurrección, por lo que hasta que no tocó las llagas y heridas que había quedado en el cuerpo de Cristo tras sufrir un verdadero calvario, no se convenció de que efectivamente frente a él estaba Jesús de Nazaret.

"Si no veo en sus manos las llagas de los clavos, y no pongo el dedo en la llaga de los clavos, y mi mano en el costado, no lo creeré", comentó Santo Tomás, tal y como relata San Juan en el Evangelio.

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Ocho días tardó en negar la evidencia

Pero tardó hasta ocho días en cambiar de postura, pese al testimonio unánime de los otros. De repente, una voz sonó en el umbral:

—¡La paz sea con vosotros!

El Resucitado está allí, y los ojos de Dios buscan al incrédulo (Tomás). Viene por él, porque le ama, a pesar de su infidelidad, y con él se encara, diciendo:

—Pon aquí tu dedo y mira mis manos, alarga tu diestra y métela en mi costado; y no quieras ser incrédulo, sino fiel.

—¡Señor mío y Dios mío!—exclamó el Apóstol, temblando y adorando.

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Su obstinación se había rendido, confesaba su derrota, más hermosa que todas las victorias, y se entregaba por entero a Cristo. Pero a esta sumisión tardía el Señor oponía el mérito y la dicha de tantas almas que habían de de creer sin verle:

—Porque me viste, Tomás, has creído; bienaventurados los que creyeron sin verme.

—Porque me viste, Tomás, has creído; bienaventurados los que creyeron sin verme.

Santo Tomás, el más incrédulo de los discípulos

Santo Tomás se podría decir que era el más rudo de los discípulos de Jesús. Sus ojos no veían más allá de aquel reino de David, que abarcaba desde Dan hasta Judá, desde el Mediterráneo hasta el desierto.

De hecho, cuando Dios pronunciaba sus parábolas, Tomás no comprendía. Ni siquiera en la última Cena, tras años de enseñanza diaria por parte de Jesús, Tomás llegó a confesarle que no entendía nada de cuanto dice el Señor: “Maestro, ni sabemos a dónde vas, ni dónde está el camino”. Era un incrédulo pese a seguirle ciegamente y con entusiasmo.

De hecho era entre los Apóstoles el más entusiasta. Tanto es así que cuando Jesús quiere ir a Jerusalén, donde se decreta su muerte, y todos los discípulos vacilan, Tomás grita con decisión: “Vayamos también nosotros a morir con Él”.