El arzobispo Luis Marín de San Martín "comenta" el Sínodo al terminar la fase diocesana

El subsecretario del Sínodo de los Obispos propone en exclusiva para la Revista ECCLESIA las acciones prioritarias en este momento eclesial

Asamblea sinodal España

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Llega un tiempo

a san

cuando hablaba del Concilio, podemos decir que también nosotros somos novicios en lo que se refiere al Sínodo y a la sinodalidad, aun tratándose de una realidad tan antigua y, al mismo tiempo, tan actual como la Iglesia. Desde que san

lo instituyó en 1965, sí nos hemos ido familiarizando con el Sínodo de los Obispos, cuya asamblea se celebra periódicamente para tratar argumentos de importancia eclesial. Esta institución, en la que se concreta un modo de ejercer la colegialidad, ha estado abierta a renovación y al cambio por lo que se refiere a su organización y estructura. En esta línea se expresaron y actuaron tanto san

como

.

Pero ha sido el Papa Francisco quien ha dado un paso enorme al poner el foco en la sinodalidad de toda la Iglesia. Un primer intento lo encontramos en el Sínodo sobre la Familia, cuando Francisco promovió en la Iglesia una consulta sobre la familia según la orientación y el espíritu del proceso sinodal y celebró el Sínodo de los Obispos en dos momentos: una Asamblea extraordinaria en 2014 y una Asamblea ordinaria en 2015. Las experiencias en la sucesiva Asamblea ordinaria de 2018 sobre los jóvenes y en el Sínodo Especial Panamazónico de 2019 desembocaron en la decisión del tema para la siguiente Asamblea: «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». El llamado «Sínodo sobre la sinodalidad» implicaba un gran cambio, no entendido como originalidad sino como revitalización de la que es una esencial dimensión de la Iglesia, hasta entonces tal vez no suficientemente considerada. Eso suponía:

Por eso, el proceso sinodal iniciado en octubre de 2021 es ya Sínodo (caminar juntos) y no solo un modo de preparar la Asamblea del Sínodo de los Obispos, fijada para octubre de 2023. Ni tampoco esta Asamblea puede considerarse como punto de llegada, sino como un elemento más del proceso para hacer realidad una Iglesia toda ella sinodal, que vive la comunión, impulsa la participación corresponsable y se orienta a la misión evangelizadora

El impulso inicial

La primera etapa ha sido la diocesana, iniciada desde abajo: parroquia-diócesis-Conferencia Episcopal. En ella se han clarificado algunos aspectos:

El riesgo de seguir a Cristo

Algunos pueden insistir en la irrelevancia del proceso sinodal. Otros en su peligro. Algunos otros en su ineficacia. Una mentira varias veces repetida no se convierte en verdad. No fomentemos las caricaturas ni trivialicemos algo serio, una posibilidad que Dios nos ofrece. La soberbia y la dureza del corazón puede frustrar la acción divina, que no se impone, sino que se propone. Esta oferta de gracia debe ser acogida con humildad y gratitud, con disponibilidad. A través de nuestra participación, puede llegar a otros y contribuir a revitalizar la Iglesia. A los que miran con suspicacia, a los que se limitan a criticar desde sus atalayas ideologizadas, a los que ven siempre el vaso medio vacío, a los que tienen miedo a dejar seguridades, yo les digo, de corazón: participa, dialoga, aporta luz, no tinieblas; ya está bien de individualismo y soledad; superemos el anonimato y la indiferencia; vamos a ayudarnos unos a otros como hermanos que somos: tenemos necesidad unos de otros para poder vivir a Cristo. Solo si abrimos las puertas de nuestro corazón, podrá obrar el Espíritu, Señor y dador de vida. La sinodalidad es una gracia, no una amenaza. Estamos ante una excelente oportunidad para profundizar en la experiencia de Cristo Resucitado, robustecer el sentido comunitario de la fe e impulsar el testimonio evangelizador. Esto es la sinodalidad. Los medios son la oración, la escucha y el diálogo, la implicación corresponsable, siempre abiertos al Espíritu Santo, en las circunstancias concretas de tiempo, lugar y cultura. Desde ahí vendrán los necesarios cambios personales, comunitarios, estructurales, como consecuencia y expresión de vida en Cristo, que nos orienta a la felicidad y a la alegría participada y compartida.

Y esta experiencia de Jesús Resucitado debe comunicarse. Los cristianos tenemos aquí una gran responsabilidad. El proceso de secularización en todo el occidente ha llegado a cotas alarmantes y la misma fe cristiana se torna irrelevante en muchos países. Ante este panorama, esta urgencia de revitalización evangelizadora que requiere un testimonio claro y creíble, los cristianos, con demasiada frecuencia, nos perdemos en divisiones, discordancias, particularidades, intereses de grupo; insistimos hasta la saciedad en lo que nos separa, en las discrepancias, y no en lo que nos une. El proceso sinodal está abierto a todas las voces, a todas las sensibilidades. Nadie sobra, todos somos necesarios en esta unidad pluriforme, como bellamente señalaba san Juan Pablo II. Parecemos olvidar que el eje de la vida cristiana es el amor y que la Iglesia es comunión. Solo desde el amor fundante, el amor primero, las diferencias son posibilidad de enriquecimiento mutuo; de lo contrario se tornan en motivo de enfrentamiento. El mundo no puede creer si no damos testimonio de Cristo. En efecto, si no somos comunidad de amor, nos convertimos en agresivas bandas sectarias o en individualidades egoístas, cansadas, hedonistas y desmotivadas. La mundanización, que supone la pérdida del sentido religioso y la adopción de los criterios del mundo, se manifiesta en gran medida en la defensa de las seguridades, en la ideologización de la fe, en la profesionalización de los ministerios, en la adopción de un cristianismo a la carta del que solo se acepta lo que coincide con los propios criterios.

Dos hechos significativos: el primero es que el sector más entusiasta y el más implicado es el de los laicos y el segundo es que el clero tiene una gran capacidad para condicionar el proceso: el párroco o el obispo puede potenciarlo, comunicando ilusión y ganas, o dejarlo languidecer y frustrar así la acción del Espíritu. Ninguno de nosotros es el dueño de la Iglesia. Se impone una serena reflexión entre todos y de todos. Como punto de partida creo necesario:

Se hace camino al andar

Concluye la etapa diocesana pero el proceso continúa también a nivel parroquial, diocesano y nacional. Se trata de continuar avanzando con paciencia y perseverancia, de ir tomando decisiones fruto del discernimiento. Ya tenemos magníficos materiales a disposición en las síntesis que se han realizado a todos los niveles: grupal, parroquial, diocesano (en su caso, congregacional), nacional. No se trata de documentos que se archivan una vez redactados, sino de puntos de partida, documentos de trabajo que ofrecen espléndidas oportunidades de renovación.

Propongo algunas acciones prioritarias:

Una mirada al futuro