90 años
Los Pactos de Letrán: cuando el Papa Pío XI logró independizarse de la Italia de Mussolini
Se cumplen 90 años de los acuerdos que rubricaron el estatus internacional de la Ciudad del Vaticano
Madrid - Publicado el
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Los Pactos de Letrán son un hito importante -aunque no fundamental- en la historia reciente de la Iglesia. Este acuerdo, firmado en 1929 entre el Papa y el Estado italiano, configuró el estatus actual de la Santa Sede, permitiendo que la Ciudad del Vaticano se convirtiera en un estado soberano.
Pero para entender este asunto hay que remontarse a comienzos del siglo XIX, cuando arranca el movimiento nacionalista italiano. Este estaba tratando de unificar la península italiana bajo un único gobierno. El Reino de Cerdeña (luego llamado del Piamonte), en manos de la Casa de Saboya, fue el principal impulsor de esta unificación, especialmente bajo el reinado de Víctor Manuel II.
Así, en 1861, lo único que separa a la península italiana de su completa unificación bajo la corona del Piamonte son los Estados Pontificios que, aunque ya menguados, suponen un vasto territorio en el centro de “la bota”, alrededor de Roma. Este terreno estaba bajo el dominio directo del Papa, que actuaba en ellos como un monarca. Es entonces cuando Víctor Manuel II decide proclamarse “rey de Italia por gracia de Dios y voluntad de la nación”, y establece la capital de este nuevo reino en Roma, la ciudad papal.
Pero no sería hasta 1870 cuando el rey de Italia tomaría la iniciativa de tomar la “ciudad eterna” por la fuerza. Aprovechando que la guarnición francesa que protegía la integridad de los Estados Pontificios había emprendido la marcha para luchar en la guerra franco-prusiana, el 11 de septiembre, un ejército comandado por el general Raffaele Cadorna cruzó la frontera del territorio papal sin apenas resistencia. Víctor Manuel II ofreció al Papa una entrega pacífica de los territorios a cambio de protección, una oferta que Pío IX no aceptó.
De esta forma, el 20 de septiembre, los soldados alcanzan la muralla de la ciudad y, al no haber logrado un acuerdo pacífico, asaltan la ciudad, encontrando sólo la resistencia de los zuavos papales. Al mediodía, las tropas papales capitulan. Roma ha caído, el Papado ha perdido su poder temporal y Pío IX se declara “prisionero” en el Palacio Apostólico.
Desde entonces, ninguno de sus sucesores volvió a salir del Vaticano. Tal fue la situación, que los papas ni siquiera pisaban la Plaza de san Pedro, a modo de protesta por la pérdida de sus territorios. Y es que, con la pérdida de los Estados Pontificios, el Papado había perdido también su carácter de sujeto de derecho internacional.
Pío IX, además, proclamó la doctrina del non expedit, en la que pedía a los católicos italianos que no se implicaran en la actividad política del nuevo país, lo que supondría, en la práctica, el reconocimiento tácito de la nueva autoridad política, una autoridad que el Papado no reconocía.
En 1871, el Gobierno italiano promulgó la Ley de Garantías Papales, que ofrecía al Pontífice protección, así como una subvención anual y el derecho a recibir diplomáticos extranjeros. Pero Pío IX no aceptó dicha ley, ya que suponía aceptar la subordinación del Papado al Estado italiano, y él reclamaba un acuerdo en igualdad de condiciones con Italia.
La situación se mantuvo intacta durante cuatro pontificados (Pío IX, León XIII, Pío X, y Benedicto XV). Con la elección de Pío XI, en 1922, se produjo un acercamiento de posturas, ya que el recién proclamado vicario de Cristo salió a uno de los balcones que dan a la Plaza de san Pedro a saludar a la multitud allí congregada.
Pero hay que esperar hasta 1929 para llegar a una solución sobre la llamada “cuestión romana”. Con el dictador Benito Mussolini ya en el poder, Pío XI decide darle un giro a la situación y plantea de nuevo al Gobierno el asunto de las garantías papales. Pero Mussolini, que necesita contar con simpatías también entre la población católica, le ofrece al Papa los Pactos de Letrán, firmados el 11 de febrero de 1929 por el cardenal Pietro Gasparri, secretario de Estado del Papa Pío XI, y por el propio Benito Mussolini.
Se trata de un conjunto de tres acuerdos. El primero reconoce la soberanía y la independencia de la Santa Sede, y crea el nuevo estado de la Ciudad del Vaticano. Además, este acuerdo incluye el estatuto de extraterritorialidad para algunos emblemáticos edificios vinculados a los papas, como el Palacio y la Basílica de san Juan de Letrán o el Palacio de Castelgandolfo, tradicional lugar de veraneo para los pontífices.
El segundo es un concordato por el que se establecen las relaciones civiles y religiosas entre el gobierno y la iglesia en Italia, y el tercero es un acuerdo de pago en compensación por los territorios perdidos tras la invasión de 1870.
De esta forma, el Papado recupera su poder temporal, la Santa Sede se convierte en un sujeto de derecho internacional y se reanudan las actividades de los pontífices fuera del Palacio Apostólico.
El carácter de sujeto de derecho internacional adquirido de nuevo por la Santa Sede y su soberanía han resultado fundamentales durante el siglo XX, pues han aportado a los papas la posibilidad de mediar en algunos conflictos y también tomar posiciones ante determinados asuntos en los que, de otra forma, hubiera sido más difícil que se hubiera tomado en cuenta la posición del Papa.