Lesbos: el primer destino que el Papa Francisco “repite” en sus 35 viajes internacionales

¿Por qué viajÓ hace cinco años a esta isla griega el Santo Padre?

Lesbos: el primer destino que el Papa Francisco “repite” en sus 35 viajes internaciones

Eva Fernández Huéscar

Roma - Publicado el - Actualizado

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El Papa viaja a Lesbos a los 5 años de su primera visita al campo de refugiados de Moria. Por aquellos meses el mundo se había acostumbrado ya a recibir terribles noticias diarias de cientos de personas que morían arriesgando sus vidas a diario en viajes sin retorno.

Aquella foto del pequeño cuerpo Aylan Kurdi, ahogado sobre la arena había removido muchas conciencias. Su familia pagó cerca de mil dólares a los traficantes por cada una de las plazas del bote que salió desde la costa turca. Eran seis, pero el mar se cobró la vida de cuatro. Tres de ellos eran niños. Ninguno llevaba chaleco salvavidas. No sabían nadar. Todos supimos que se llamaba Aylan Kurdi, que tenía tres años y que murió junto a su hermano de cinco, Galip Kurdi, y su madre.

Habían pasado varios meses y la situación no había mejorado. El Papa quiso encontrarse con los refugiados que sobrevivían a duras penas en el centro de detención de Moria, que se había convertido en una inmensa cárcel. Tres mil personas llevaban meses encerradas en un recinto diseñado para acoger tan sólo a 2.500 durante dos noches. Europa había firmado ya un acuerdo con Turquía para cerrar la ruta de acceso por esa vía y los Estados ponían cada vez más trabas para facilitar la entrada de refugiados e inmigrantes.

La situación en aquel lugar llamado eufemísticamente “centro de acogida” era insostenible. Una vez más el papa viajó hasta allí en un desplazamiento relámpago el 16 de abril de 2016 con un único motivo: “Quería deciros que no estáis solos”.

Los refugiados sirios que trajo el Papa en su avión

Durante las horas que permaneció el Papa con ellos, aquel campo de detención de refugiados se convirtió en símbolo de esperanza. Lágrimas de alegría y agradecimiento corrían por las mejillas de las personas con las que Francisco se detenía. Las saludaba una por una. Le acompañaba el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé, líder de la iglesia ortodoxa y el arzobispo ortodoxo de Atenas, Ieronimos.

Francisco también visitó el puerto de Mitilene, para reunirse con los ciudadanos de la isla y celebrar una plegaria conjunta. La visita apenas duró 5 horas, pero marcó un cambio de rumbo a la hora de abordar el drama de los refugiados tras realizar un llamamiento a la conciencia de Europa desde un «lugar de vergüenza», donde se bloquea a miles de refugiados a la espera de devolverles a Turquía. Allí el Papa conoció la «colina de los chalecos salvavidas», de color negro y naranja, chalecos fabricados con materiales de baja calidad que dejan de flotar al cabo de unas horas.

Para sorpresa de todos, el papa se organizó para traer en su avión de regreso a Roma a tres familias de refugiados sirios. En total 12 personas, incluidos seis menores de edad. Eran de religión musulmana y habían sufrido el bombardeo y la destrucción de sus casas. El Vaticano costearía todos sus gastos en Roma y la Comunidad de San Egidio, que había coordinado las gestiones, se encargaría de ayudarles en su integración. No fue sólo un gesto, un quedar bien ante los ojos del mundo. Francisco mostraba a Europa cuál era el camino para cambiar las vidas de esas personas. Y sigue interesándose aún hoy a nivel personal por cada uno de ellos. Les visita o los recibe, y atiende sus necesidades.

Nour era una de las mujeres que subió al avión junto con su marido Hasan y su hijo de dos años. Todo lo poco que sabía del Vaticano ella, musulmana como todos, lo había aprendido de la televisión.

Tenía 31 años, cuando decidieron huir de Damasco. Desde Turquía se subieron a un precario bote goma para llegar a Lesbos. Su vida cambió al llegar a Roma y ahora trabaja como bióloga en el hospital pediátrico Bambino Gesù.

El terrible naufragio del 28 de octubre de 2015

Aunque los datos exactos de los fallecidos difícilmente llegarán a saberse, los guardacostas calculan que en la embarcación de madera que se hundió a tres kilómetros de la costa de Lesbos viajaban unas 300 personas, de las cuales 242 fueron rescatadas con vida gracias al trabajo contrarreloj de los socorristas voluntarios españoles. Aunque allí mismo se encontraban los guardacostas griegos y los tripulantes de una embarcación de Frontex, los socorristas no podían subir a esos barcos a quienes rescataban del agua, por lo que los iban poniendo a salvo en los botes de los pescadores griegos y turcos que colaboraron en el salvamento.

Fue probablemente uno de los rescates más dramáticos que vivieron los voluntarios que se habían desplazado a la zona para ayudar a rescatar personas. En medio de una maraña de brazos que pedían auxilio semihundidos en el mar y de madres que intentaban poner a flote a sus hijos compartiendo un único chaleco que apenas podía protegerlos, dos socorristas distinguieron a una niña sin apenas fuerzas para seguir aguantando. Una de las manos de los voluntarios consiguió a duras penas sacarla del agua. Ya había perdido el conocimiento. Estaba muy pálida, pero aún respiraba. No tendría más de 6 años. Intentaron durante horas salvar su vida, pero no lo consiguieron. La niña del chaleco naranja murió ahogada a pocos minutos de la costa de la isla de Lesbos junto al resto de su familia mientras intentaba esquivar la muerte en la guerra de Siria. Aquel chaleco naranja terminaría en las manos del Papa Francisco. Se lo entregó Oscar Camps en la plaza de San Pedro y ahora se encuentra a la vista de todos en un lugar de paso en las estancias vaticanas.