El Papa pide en Sudán del Sur que la Iglesia se haga presente "en medio de las lágrimas del mundo"
El Papa recuerda a tantos que ofrecieron su existencia por la causa del Evangelio "y su cercanía a los hermanos": "Nos dejan un testimonio maravilloso
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Nada más llegar a su encuentro con los obispos, sacerdotes, religiosos y seminaristas de Sudán del Sur en la Catedral de Santa Teresa, el Papa Francisco ha agradecido la presencia de "algunos hicieron días de camino para estar aquí". Y es que, después de tres días intensos en la República Democrática del Congo, el Pontífice llegó este 3 de febrero a Sudán del Sur, donde cumple la última etapa de su 40º viaje apostólico internacional, que comenzó el martes 31 de enero y termina el domingo 5 de febrero.
El Pontífice encabeza una peregrinación ecuménica de paz, acompañado por el Arzobispo de Canterbury, Justin Welby, y el Moderador de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia, Iain Greenshields. "Nuestra necesidad primordial es acoger a Jesús, nuestra paz y nuestra esperanza", ha dicho en sus primeras palabras a los consagrados del país.
Los "gestos" de Moisés
Desde una perspectiva bíblica, el Papa ha mirado nuevamente las aguas del Nilo. "Por una parte, en el lecho de este curso de agua se derraman las lágrimas de un pueblo inmerso en el sufrimiento y en el dolor, martirizado por la violencia". Las aguas del gran río, en efecto, recogen "el llanto desgarrado de vuestra comunidad, el grito de dolor por tantas vidas destrozadas, el drama de un pueblo que huye, la aflicción del corazón de las mujeres y el miedo impreso en los ojos de los niños".
Pero, al mismo tiempo, "las aguas del gran río nos evocan la historia de Moisés y, por eso, son signo de liberación y de salvación". ¿Cómo ejercitar el ministerio en esta tierra, a lo largo de la orilla de un río bañado por tanta sangre inocente, mientras que los rostros de las personas que se nos confían están surcados por lágrimas de dolor? ha preguntado el Pontífice: "Para intentar responder, quisiera concentrarme en dos actitudes de Moisés: la docilidad y la intercesión".
Como sacerdotes, diáconos, religiosos y seminaristas: "En el fondo, pensamos que nosotros somos el centro, que podemos confiar —si no en teoría, al menos en la práctica— casi exclusivamente en nuestras propias habilidades; o, como Iglesia, pensamos dar respuestas a los sufrimientos y a las necesidades del pueblo con instrumentos humanos, como el dinero, la astucia, el poder. En cambio, nuestra obra viene de Dios. Él es el Señor y nosotros estamos llamados a ser dóciles instrumentos en sus manos".
Por eso, ha explicado como Moisés se dejó atraer, dio espacio al asombro, adoptó una actitud dócil para dejarse iluminar por la fascinación de ese fuego. "Esta es la docilidad que se necesita en nuestro ministerio: acercarnos a Dios con asombro y humildad, dejarnos atraer y orientar por Él; para que confiemos en su Palabra antes de usar nuestras palabras, para que acojamos con mansedumbre su iniciativa antes de centrarnos en nuestros proyectos personales y eclesiales; pues la primacía no es nuestra, sino de Dios".
El Buen Pastor
Ante el Buen Pastor, les ha dicho el Papa, "comprendemos que no somos los jefes de una tribu, sino pastores compasivos y misericordiosos; que no somos los dueños del pueblo, sino siervos que se inclinan a lavar los pies de los hermanos y las hermanas; que no somos una organización mundana que administra bienes terrenos, sino la comunidad de los hijos de Dios.
A los pastores se les pide que desarrollen precisamente este arte de “caminar en medio”: "En medio de los sufrimientos y las lágrimas, en medio del hambre de Dios y de la sed de amor de los hermanos y hermanas. Nuestro primer deber no es el de ser una Iglesia perfectamente organizada, sino una Iglesia que, en nombre de Cristo, está en medio de la vida dolorosa del pueblo y se ensucia las manos por la gente. Nunca debemos ejercitar el ministerio persiguiendo el prestigio religioso y social, sino caminando en medio y juntos, aprendiendo a escuchar y a dialogar, colaborando entre nosotros ministros y con los laicos. Quisiera repetir esta palabra importante: juntos".
¡Juntos!
Obispos y sacerdotes, sacerdotes y diáconos, pastores y seminaristas, ministros ordenados y religiosos, "siempre en el respeto de la maravillosa especificidad de la vida religiosa. Tratemos de vencer entre nosotros la tentación del individualismo, de los intereses de parte. Es muy triste cuando los pastores no son capaces de comunión, ni logran colaborar entre ellos, ¡incluso se ignoran! Cultivemos el respeto recíproco, la cercanía, la colaboración concreta. Si eso no sucede entre nosotros, ¿cómo podemos predicarlo a los demás?"
Durante cuarenta años, como anciano, permanece junto a los suyos; esta es la cercanía. Y no fue una tarea fácil: "A menudo tuvo que alentar a un pueblo abatido y cansado, hambriento y sediento, que se dejaba arrastrar por la murmuración y la pereza. Y para ejercitar esa tarea también tuvo que luchar consigo mismo, porque, en algunas ocasiones, vivió momentos de oscuridad y desolación".
Manos alzadas al cielo
Por último —tercera imagen— las manos alzadas al cielo. "Cuando el pueblo cayó en el pecado y se construyó un becerro de oro, Moisés subió de nuevo al monte —¡pensemos cuánta paciencia!— y pronunció una oración que es una auténtica lucha con Dios para que no abandone a Israel". Muchos sacerdotes, religiosas y religiosos fueron víctimas de agresiones y atentados donde perdieron la vida. En realidad, su existencia la ofrecieron por la causa del Evangelio y su cercanía a los hermanos y hermanas nos dejan un testimonio maravilloso que nos invita a proseguir su camino.
En este punto, ha recordado a san Daniel Comboni, que con sus hermanos misioneros realizó en esta tierra una gran labor evangelizadora: "Él decía que el misionero debía estar dispuesto a todo por Cristo y por el Evangelio, y que se necesitaban almas audaces y generosas que supieran sufrir y morir por África. Pues bien, yo quisiera agradecerles por lo que hacen en medio de tantas pruebas y fatigas. Gracias, en nombre de toda la Iglesia, por su entrega, su valentía, sus sacrificios y su paciencia. Les deseo, queridos hermanos y hermanas, que sean siempre pastores y testigos generosos, cuyas armas son sólo la oración y la caridad, que se dejan sorprender dócilmente por la gracia de Dios y son instrumentos de salvación para los demás; profetas de cercanía que acompañan al pueblo, intercesores con los brazos alzados.