Miércoles de la octava de Pascua: Emaús
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La alegría desbordante continúa al contemplar al Señor cuando parte el pan. Hoy, cuarto día de la Octava de Pascua, nos adentramos un poco más en la vivencia del Misterio Salvador y Redentor. El Señor ha Resucitado ¡Aleluya!¡Aleluya! ¡El que por nosotros colgó del madero vive para siempre! ¡Aleluya! Nosotros sólo hemos de gloriarnos en la Cruz del Jesucristo. Él es nuestra Salvación, Vida y Resurrección.
Este es el Único Nombre que se nos ha dado para rescatarnos del peso del pecado en el Cielo y en la tierra. Pedro y Juan se acercan a un ciego que pide limosna y le curan. ¡No tengo oro, ni plata que darte. Sólo te doy cuanto poseo: El Señor Jesús, la Buena Noticia de la Redención. Esto causa espanto en quienes lo presencia. Y Pedro y Juan deben aclarar a los discípulos que eso lo hacen por el poder de Jesús Naareno que ha Resucitado.
Por el lado del Evangelio, Jesús se acerca dos discípulos que caminan a Emaús. Ellos le cuentan lo que ha sucedido porque no le reconocen y piensan que se trata de un viajero que ignora lo sucedido. ¿Acaso no habían profetizado las Antiguas Escrituras que el Mesías tenía que padecer para entrar así en la Gloria Eterna. ¡Quédate con nosotros! La tarde está cayendo.¡Quédate! ¿Cómo te encontraremos al declinar el día si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros. La mesa está servida, caliente el pan y envejecido el vino. Arroja en nuestras manos tendidas en tu busca las ascuas encendidas del Espíritu. Y limpia en lo más hondo, del corazón del hombre, tu Imagen empañada por la culpa. Cuando llegan allí el Viajero acepta la invitación y se sienta a la mesa con ellos. Casualmente Él se impone en la mesa y parte el pan. Entonces le reconocen y Él desaparece. Les falta tiempo para ir a Jerusalén al Cenáculo y contárselo.