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Siempre el testimonio arrastra. Lo mismo sucede con la vida de los Santos. Hoy celebramos a Santa Clara, que sirvió a Dios imitando la Santidad de los que le rodeaban. Nacida en Asís el año 1193, a los 18 años, sintió que Dios le tocaba el corazón por medio de uno de los sermones cuaresmales de su convecino San Francisco. Fruto de este cambio dejó su rica mansión y fue a visitar al predicador en una morada muy pobre que tenía a las afueras de la ciudad para iniciar esa vida austera.
Enviada a unas religiosas que le preparasen para ser una monja santa, sus hermanos, al enterarse, quisieron llevársela en vano de vuelta a casa. Una vez establecida en una Casa, al lado de San Damián, el Convento se llenó de religiosas, entre las que se encontraban su madre y su hermana. Poco después, es nombrada Superiora de la Comunidad, intentando dejarlo varias veces en vano. Durante este tiempo, se entrega totalmente al servicio de la casa, sirviendo a la mesa, y muy comprometida con las tareas del hogar.
Entregada también a la penitencia más austera, con el paso del tiempo tiene que moderarse para evitar caer enferma, algo que va comprendiendo que Dios tampoco quiere. Así se van consolidando las Clarisas que, actualmente, se reparten por todo el mundo, también llamadas las Damas Pobres de San Damián. Su Amor al Señor Sacramentado le libró de muchas pruebas que acecharon al propio Convento. En sus últimos momentos profundizó en el Misterio Pascual de Cristo, hasta que muere en 1253.
Dado ese amor a la Eucaristía cuando estaba en la cocina preparando la comida, a veces sonaba la campanilla de la Iglesia indicando la Consagración. Ella sentía deseos de estar en ese momento allí, pero como las ocupaciones del Monasterio se lo impedían, la pared se volvía transparente como el cristal y ella así lo veía y expresaba su Adoración. Por este motivo Pío XII nombró a Santa Clara Patrona de la televisión.