Ginóbili nos deja huérfanos
Todo tiene un final, pero cómo cuestan algunas veces algunos finales. Nos demuestran que la cabeza va por un lado y el corazón por otro, miremos sino cuánto nos duele el vacío que deja un ser querido, cuando parecía que la mente ya tenía claro ese final. Y sin embargo es un dolor inevitable con el que se convive, no hay más. De alguna forma se vive un sentimiento de pérdida a un nivel emocional-deportivo por la retirada de un gran jugador, de alguien que ha prendido por algo más que anotar canastas.
Es el vacío que deja Emanuel David Ginóbili, un jugador tan bueno por lo que hacía como por lo que pensaba, por lo que ejecutaba como por lo que intentaba, por jugar con corazón, por honrar el deporte que practicas y que siguen millones de personas, que le proporciona millones de dólares…eso es lo que ocurre con Ginóbili. Cuesta mucho hablar de él en pasado.
Los últimos días han golpeado al baloncesto con el adiós de Juan Carlos Navarro, uno de los mejores jugadores europeos de siempre, un jugador que ha marcado a generaciones de jugadores y aficionados al baloncesto, y pocos días después el argentino anunciaba una decisión que muchos creyeron que se produciría dentro de un año. Era el legado que nos había dejado Steve Kerr, el técnico de los campeones Golden State Warriors, él es el “culpable”, nos había hecho albergar esperanzas cuando cogió por el cuello a Manu y se le acercó al oído para decirle ante decenas de cámaras de televisión y de fotos que “si te encuentras bien, ¿por qué no otro año? piénsatelo” , era lo último que habíamos visto del argentino de Bahía Blanca en una pista de baloncesto. Ginóbili escuchaba, asentía, como tratando de ver si estaba de acuerdo con lo que estaba escuchando, o tal vez sabiendo en su interior que todo eso estaba bien, pero que no se trataba sólo de su deseo. Manu es un deportista honrado con el juego, si no puede ser lo que fue, no quiere estar, no quiere arrastrar su sombra por las canchas, aun cuando muchos pensamos que podía seguir siendo él mismo durante otra temporada más , sí con 41 años.
Otros dos venerables ancianos de la NBA a los que escribíamos no hace mucho, Dirk Nowitzki y Vince Carter lo van a hacer con 40 y 41 años respectivamente, de hecho el nuevo jugador de Atlanta estará jugando, si las lesiones no lo impiden, con 42 años y como reto personal para demostrar que puede. Son jugadores que en los últimos días de su carrera, habiéndose cuidado, teniendo los minutos adecuados, integrarán a sus nuevos equipos y pueden ayudar a los jóvenes a crear magisterio y una ética de trabajo en los vestuarios.
Pero sólo quien está dentro de ese cuerpo sabe qué quiere hacer. Ginóbili acabó los playoffs ante los Warriors como auténtico líder de los San Antonio Spurs, fue el jugador más importante del equipo en unos Spurs que recuerdan bien poco al equipo que el argentino ha vivido durante 16 años. ¿Se sentía solo? Hacía tiempo ya que el trío con más partidos de la historia de la NBA, Duncan-Parker-Ginóbili se había deshecho con la retirada del primero, y este verano el francés había cambiado de aires marchándose a Charlotte. Nada queda salvo el entrenador Gregg Popovich en estos Spurs que recuerden al equipo que ganó cinco anillos (cuatro con el argentino), aunque afrontan una nueva reconstrucción con la llegada de DeMar DeRozan.
Más que con la soledad podemos intuir desde fuera que tiene que ver con las sensaciones personales. Si Manu no va a llegar a donde llegaba ha preferido dejarlo aquí y decir gracias baloncesto. Es el final de una era. Pero es que desde fuera creíamos que sí podía otro año, puede ser puro egoísmo, lo sabemos, porque una vez has hecho tuyos a aquellos que te hacen emocionarte no les permites la libertad de ser quienes quieran ser, de elegir.
Nuestro egoísmo les quiere para nosotros, aunque después a aquellos jugadores que no se acercan a lo que fueron les fustigamos sin piedad. Quizá el último recuerdo que Manu haya querido regalarnos jugando a baloncesto fue su excelente eliminatoria de playoffs contra los Warriors. “Es bonito verle, pero no lo es tanto defenderle” había dicho Stephen Curry de un jugador que siempre dio credibilidad al baloncesto. Porque Ginóbili encontraba un pase cuando otros sólo hubieran mirado el aro, porque Ginóbili miraba al aro cuando otros hubieran mirado a cualquier parte menos al aro, porque entraba al barullo capaz de sacar la mano por cualquier sitio para elevar el balón al cesto, porque una vez entraba y sabía que llegaba un tren de mercancías a arrollarle no se apartaba y esperaba el impacto. Hacía el baloncesto creíble porque cuando se trataba de defender lo hacía con el alma, porque cuando había que abortar un ataque su falta se escuchaba desde lejos, no lo hacía por golpear a un adversario, sino por evitar una canasta fácil, y la evitaba. Todo importaba en el partido, es lo que él nos enseñó.
Manu es el ejemplo de lo que con inteligencia, trabajo y aprendizaje se puede conseguir. Ser consciente de qué cuerpo tienes y qué te permite hacer ese cuerpo, y una ética de trabajo en búsqueda de la perfección. Ginóbili no fue una elección alta en el Draft, hizo camino antes en Europa tras salir de Argentina, y llegó con títulos a la NBA. Quizá era difícil adivinar la carrera que iba a desarrollar el argentino, al menos hasta el punto de convertirse en uno de los mejores 50 jugadores y seguro inquilino del Salón de la Fama. Pero es más que probable que Ginóbili haya sido mejor cada año que pasaba porque dio con el lugar y las personas adecuadas, un lugar donde construir una cultura de equipo ganadora pero sobre todo cultura de equipo. Estrellas alejadas del showbusiness, un lugar pequeño, un mercado alejado de los focos, un entrenador exigente y demoledor con los egos. Un lugar en el que el servicio al equipo estaba por encima del brillo personal. Esos Spurs construidos a base de picar piedra y el talento para jugar en equipo, no pudo haber mejor lugar para un jugador como él.
Manu Ginóbili se marcha dejando una zanja monstruosa en la montaña de los grandes jugadores de la NBA, es inevitable el fin de las cosas, principio y final forman parte de nuestra existencia, pero a veces esa existencia parece más huérfana sin esos jugadores que llegan al corazón.