Cuando todo se rompe
Cuando tu herramienta de trabajo es tu cuerpo y está tan expuesta, no es lógico preguntarse por qué hay lesiones, es más lógico preguntarse cómo es posible que no haya más. Afortunadamente los buenos fundamentos técnicos y cuerpos cada vez mejor preparados consiguen reducir el índice de lesiones. En un reducido espacio y en un deporte que tiene en el salto uno de sus fundamentos, es sólo cuestión de tiempo que se produzcan accidentes, aunque por fortuna las más graves no abundan.
Espacio reducido, contacto continuo, saltos, pelea por el balón en el aire, muchas piernas y poco espacio, además de los riesgos musculares y de salud de cualquier deportista. Pero lo que nadie quiere ver, ni ningún deportista quiere sufrir, es un accidente tan aparatoso y grave como el sufrido la pasada madrugada por Jusuf Nurkic, de Portland Trail Blazers, quien ha sufrido una fractura de tibia y peroné. Al saltar a por un rebote en la prórroga del partido ante Brooklyn Nets caía sobre la pierna de un rival y automáticamente se partía la pierna, tal cual.
Lesión que recuerda a la sufrida en la primera jornada de la pasada temporada por Gordon Hayward en su debut con Boston o la sufrida en 2014 por Paul George en Las Vegas en la preparación del equipo de EEUU para el Mundial de baloncesto.
Esos segundos de soledad que ha vivido Nurkic y que han transcurrido entre su caída y el momento de empezar a ser atendido no han sido muchos, pero probablemente hayan sido eternos para el joven pívot bosnio de 24 años. Unos segundos en los que la naturaleza le ha mostrado la fragilidad de la que estamos hechos los seres humanos, unos segundos de terror, de soledad, de silencio, de oscuridad, de dolor. Una lesión que alejaba a sus compañeros. Si nos afecta a quienes vemos desde fuera una lesión tan aparatosa, a los jugadores les aleja automáticamente, nadie quiere mirar, nadie quiere sentir ese dolor y sobre todo sienten un pánico terrible porque podrían haber sido ellos. Necesitan recobrar el aliento, necesitan volver en sí antes de poder ayudar y animar a su compañero. Es una escena que se repite frecuentemente en cada lesión grave, el jugador sabe cuando un compañero ha tenido algo severo, en este caso es visible, en otras no lo es tanto pero igualmente el compañero y el rival saben que ahí existe un gran daño.
Y el deportista sabe que en un lance así se rompe todo, se rompe el cuerpo, se rompe el corazón, se rompe el ánimo, se rompen las ilusiones que tenías puestas en esa temporada, porque habrá que volver a empezar y transitar por un camino lleno de incertidumbre. Y habrá que depositar toda la esperanza en el futuro, porque el futuro se construirá a partir del trabajo de corrección y puesta a punto, un periodo muy largo de recuperación para el que hay que aprender a prepararse.
Pero Nurkic tiene los ejemplos más o menos cercanos de George, con quien por cierto se las tuvo tiesas hace unas semanas en un duelo caliente con Oklahoma, o de Hayward. Ambos están sanos, ambos siguen siendo estrellas, aún nos queda por ver hasta dónde llega Hayward a quien le está costando mucho volver a su nivel anterior, pero Paul George es el gran jugador que fue, aún si cabe mejor esta temporada.
La desgracia ha llegado a la carrera de Nurkic con esos segundos de terror y soledad tendido en el parqué del Moda Center de Portland, justo cuando mejor estaba jugando, en su mejor temporada. Es una constante en el mundo del deporte, jugadores que se lesionan en su mejor momento. Nurkic se ha convertido en pieza clave de Portland, muestra del modelo pívot 3.0 de este siglo XXI, ágil y buen pasador. Sumó ante Cleveland un triple-doble, y ha tenido actuaciones sensacionales esta temporada, tanto que muchos se preguntaban por qué le traspasó en su día Denver a cambio de Plumlee. Su traspaso en 2016 se debió a la eclosión de Jokic dijeron, el máximo exponente de ese hombre grande creador de juego además de anotador. Nurkic promedia un doble-doble con algo más de 15 puntos y diez rebotes por partido, y además promedia 3.2 asistencias por partido.
Ahora hay que reconstruir, hay que reconstruir los huesos y el ánimo mientras volverá a escuchar ese silencio que le indica de qué fragilidad estamos hechos pero que como en el caso del guerrero es el principio de la sabiduría.