La agresividad canina: ¿puede prevenirse un ataque de un perro? - El Dogtor

La agresividad canina: ¿puede prevenirse un ataque de un perro?

La agresividad se define como aquel comportamiento que tiene como objetivo provocar daño físico a otro individuo, y es el problema más grave de comportamiento canino. Algo que, lamentablemente, es bastante común, y que suele ser síntoma de un problema subyacente. Existen múltiples causas por las que un animal ataca o se muestra hostil, pese a que, realmente, detrás de cualquier patrón agresivo hay un denominador común: el miedo. Lo demuestran diferentes estudios realizados por prestigiosos veterinarios especialistas en etología en todo el mundo.

Desgranando un poco más esa etiología de la agresión, las causas más habituales de dicho comportamiento son la agresividad competitiva o por dominancia (dirigida hacia las personas con las que el perro convive diariamente) y la agresividad por miedo (dirigida, normalmente, a personas tanto conocidas como desconocidas, por falta de contacto con las personas en el llamado período de socialización del cachorro). Otras causas menos frecuentes son la agresividad por defensa territorial o la “provocada” por enfermedades o causas orgánicas (hidrocefalia, tumores cerebrales, endocrinopatías o epilepsia).

En el primer pretexto, el más común (entre el 40-80% de todos los casos de agresividad), la disciplina adquiere un papel protagonista. Así, tanto siendo excesiva como ausente, pueden desarrollar igualmente un cuadro de dominancia y agresividad. La disciplina mal aplicada (ejemplarizada en castigos y gritos excesivos), cuyo objetivo es un sometimiento total del perro al dueño, es una de las principales explicaciones de una conducta violenta. Esto tiene una explicación: pese a que en la relación dueño-perro, debe imponerse el criterio del dueño, la “falta de espacio” del animal (manifestada como un deseo de que obedezca nuestras órdenes y mandatos en todo momento, castigándole si no lo hace) hace que el perro interprete que está en una dictadura, y que tiene que revelarse contra dicho sistema. Por el contrario, la agresividad por falta de disciplina, una ausencia total de normas, sin un ápice de educación hace que el animal se erija en líder, y vea a sus dueños como subordinados. Hay que tener en cuenta una premisa importante: esto no es genérico a todas las personas, ya que el perro puede ser dominante respecto a alguien y ser subordinado frente a otra(s) persona(s). La agresividad por dominancia suele producirse en machos no castrados (siendo muy infrecuente en hembras), entre 1 y 3 años de vida.

¿Puede prevenirse un episodio de agresividad?

Un ataque de un perro agresivo es, evidentemente, un problema de salud pública. Sus consecuencias son impredecibles, y dependen de varios factores como el tamaño del animal, la intensidad del ataque y la impulsividad del animal. Dicha impulsividad puede describirse como la falta de las señales de aviso que habitualmente preceden a un ataque. Por lo tanto, puede predecirse un ataque si el perro empieza a mostrar un conjunto de señales de alerta (por ejemplo: gruñir o ladrar cuando alguien se acerca a él o cuando le acaricia), situación que, siendo realistas, no suele producirse en el 100% de los casos. Además, el perro suele mostrar una postura característica durante los episodios de agresividad: el cuerpo está rígido y quieto, puede ladrar, gruñir o aullar de manera profunda e insistente, enseña los dientes, tiembla o comienza a abalanzarse. Es característica también la denominada “postura ofensiva”: con la cola levantada y las orejas erectas y dirigidas hacia delante.

Los cuadros de agresividad por dominancia suelen manifestarse en situaciones “relativamente previsibles”, siendo las más habituales: la retirada de la comida o cualquier objeto que despierte el interés del animal, el establecimiento del contacto visual directo con el perro, o tocarle, castigarle o molestarle mientras está descansando o comiendo.

Existen diversos test de conducta (denominados test de Campbell) que clásicamente se ha dicho que podían prevenir, estadísticamente, el desarrollo de ataques. Lamentablemente se ha demostrado que tienen poco valor predictivo. La manera más eficaz de evitar dicha agresividad es establecer una relación de dominancia clara sobre el animal, siendo fundamental realizarla cuando el animal es un cachorro. Expertos etólogos recomiendan reforzar dicha dominancia sujetando, de manera frecuente, al cachorro por el hocico o por la piel de la nuca (como hacía su madre), y no cediendo ante los primeros indicios de agresividad, reaccionando enérgicamente, sin sobrepasarse en el castigo.

¿Puede tratarse la agresividad competitiva?

Como suele decir el dicho, es “mejor prevenir que curar”. Ante el potencial peligro de un perro agresivo, proteger la seguridad de las personas debe ser el principal objetivo “terapéutico” del veterinario. Realmente, esto no siempre es posible, siendo la eutanasia, en la gran mayoría de los casos, la única solución al problema.

Obviando la solución más drástica, el punto de partida para corregir un cuadro de agresividad por dominancia es intentar revertir la relación dominante del perro hacia sus dueños, mediante adiestramiento con especialistas, reforzando negativamente la conducta agresiva, y haciéndolo positivamente con las conductas subordinadas (uno de los métodos más exitosos es el “nada es gratis”, con el que el perro trabaja con un adiestrador para ganar todos los recursos que valora: comida, cariño, atención…). Si el adiestramiento no acaba en éxito, las otras opciones terapéuticas: tratamiento farmacológico (progestágenos sintéticos y/o antidepresivos tricíclicos que facilitan dicho refuerzo negativo), tratamiento hormonal (serotonina) o quirúrgico (castración) está abocado al fracaso.

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