El mundo de los humanos
Ana Santamaría
Ganadora de la XIII edición
Cualquiera que hubiera asomado la cabeza por la ventana de aquella nave del polígono abandonado podría haber pensado que se encontraba ante una escena corriente, salvo por lo extraño del lugar de reunión. Dos chicos y dos chicas corrientescon una vida corriente. Pero habría bastado permanecer allí un rato más para descubrir que no había nada de corrienteen aquellos jóvenes.
Uno de ellos, llamado Álex, rompió el silencio, sacando de dudas a los otros tres, que no hacían más que preguntarse el motivo de tan precipitada reunión.
—Quiero contaros algo —dijo con rotundidad— que he descubierto hace poco y que, creo, os afecta.
—¿De qué se trata? —preguntó la chica que estaba sentada a su lado.
También los otros dos le apremiaron, al ver que Álex no respondía.
—Me voy a morir —sentenció.
Las reacciones a semejante declaración fueron variadas. Una de las chicas frunció el ceño, esperando a que diera alguna explicación. Otro chico meneó la cabeza de un lado a otro y puso los ojos en blanco, mostrando la poca credibilidad que le daba a sus palabras, mientras que la otra chica, que estaba de pie y un poco apartada de los demás, rompió a reír, dejando que el eco de sus carcajadas inundara la estancia.
—Ninguno de nosotros puede morir. Somos inmortales, ¿recuerdas?
—Eso era antes de que empezáramos esta misión. Vivimos como humanos, en todos los sentidos. También en el de la muerte.
—Pero seguro que podemos arreglar eso. Si hablamos con la central, los directores sabrán solucionarlo —se apresuró a responder el otro chico.
—Nico, no me estás entendiendo. No quiero que la central nos dé una solución porque yo ya tengo una —. Detuvo su discurso para ver si sus compañeros le seguían, pero al ver sus caras de desconcierto, prosiguió—: Como solo viviré unos años más, he decidido que durante ese tiempo voy a ser feliz.
Sus caras de asombro se acentuaron aún más, de modo que Alex cruzó los brazos y continuó:
—Creo que no os he hablado nunca de la felicidad. ¿Me equivoco?
—¿La qué…? —preguntó Nico.
—Veamos… Os lo explicaré con una historia: Dos hombres iban caminando por un sendero, ambos con la misma meta. Durante el primer tramo, todo les resultaba maravilloso. Era fácil continuar al ver tan bonitos paisajes, las flores y los árboles cuajados de frutos. Sin embargo, el terreno empezó a volverse pedregoso y la vereda se internó por barrancos y acantilados. Uno de los hombres no hacía más que lamentarse porque no encontraba en el sendero ningún motivo para seguir adelante. Poco a poco fue olvidándose de la meta. Y con el tiempo se olvidó incluso de sí mismo. En cambio, el otro hombre veía en los obstáculos retos para seguir avanzando, sin olvidarse nunca de disfrutar del camino. Mientras que el hombre desdichado se rindió, el hombre feliz llegó a descubrir que la meta era el propio camino.
—¿Y?… —le desafió el chico.
—La felicidad no viene de fuera, sino que se construye dentro de uno mismo —concluyó Álex.
—No termino de entender adónde quieres llegar con esa historia —apuntó con voz fría la chica que antes se había reído.
—Solo pretendo transmitiros lo que este mundo me ha enseñado. Estamos aquí para ser felices.
—Entonces…
Álex no permitió que Nico prosiguiera:
—Ya me he cansado de intentar salvar el universo. Entre misión y misión apenas nos acordamos de disfrutar la vida. Así que, en vista de que mi tiempo es limitado, voy a dejar de perderlo.
Sonrió y se dio la vuelta para marcharse, no sin antes añadir:
—Vosotros podéis hacer lo mismo. Al fin y al cabo, también os moriréis algún día.
Los tres amigos se quedaron perplejos, incapaces de encajar aquella noticia. Solo uno de ellos apuntó:
—Qué mal nos sienta a los extraterrestres el mundo de los humanos.