El mundo en sus manos - Excelencia Literaria

El mundo en sus manos

Ana Santamaría

Ganadora de la XIII edición

www.excelencialiteraria.com

 

El cansancio tiene el extraño poder de nublar los pensamientos justo en el momento en que más falta nos hacen. Eso pensaba Nuria. El calor le apretaba el cráneo y se colaba entre sus neuronas. Por un momento sopesó la idea de bajar la temperatura de la sala, pero rápidamente actuó la cordura para no cometer semejante locura. Aquel laboratorio necesitaba mantener calor para que el experimento en el que llevaban semanas trabajando diera resultados.

Sus compañeros sufrieron la misma tentación; de pronto, uno de ellos capituló:

–No puedo más. Voy a tomar un poco el aire. ¿Alguien me acompaña?

 

Sin decir palabra, los otros cinco se desabrocharon la bata, dispuestos a salir de aquella amplia habitación que, de pronto, se les había quedado angustiosamente pequeña. Estaban exhaustos como para continuar trabajando. Llevaban mucho tiempo entregados a aquella investigación. No era para menos, pues fueron seleccionados para desarrollar la vacuna contra un virus que afectaba al mundo entero, una pandemia que se había saltado las fronteras y los límites geográficos –incluso los océanos– ajena a las diferencias sociales y a las ideologías.

A ellos siete habían encomendado la tarea de proteger a la población. Sabían que había otros laboratorios donde también se buscaba una vacuna, en los que se trabajaba siempre en grupo y cada grupo se centraba en una línea de investigación distinta. A todos ellos les gustaba pensar que la salud del mundo estaba en sus manos, lo que les animaba a poner en aquella misión todas sus fuerzas.

El equipo de Nuria había avanzado a un ritmo vertiginoso durante los primeros días. Tenían claro el objetivo y pensada la manera de lograrlo. Pero necesitaban testar sus resultados. En ese momento sintieron que el mundo se les desmoronaba: su experimento no funcionaba.

–Salid vosotros, chicos. Me voy a quedar a terminar el informe de hoy –les dijo Nuria, que no se había desabrochado uno solo de los botones de su bata blanca.

–No te preocupes, mujer. Si sólo van a ser diez minutos… Luego podremos hacer el informe todos juntos –le animó Manuel.

–No, de verdad. Id vosotros.

–¿Segura?

Nuria asintió y les sonrió con dulzura. Entonces los seis compañeros abandonaron el laboratorio.

<<Al fin sola>>, pensó.

Desde el día en que se embarcó en su primera aventura científica, ocho años atrás, adoptó la costumbre de escribir un diario en el que recogía la marcha de cada uno de sus proyectos. No se trataba del informe que le reclamaban sus superiores, sino que era la manera de recordarse a sí misma que cada momento le acercaba un poco más a la meta.

Sacó una pequeña libreta de su bolso y tomó un bolígrafo.

<<Hoy me siento decepcionada, vacía. Hemos fracasado. Ya no nos quedan más caminos. En esta última línea estaban depositadas nuestras últimas esperanzas. Pero en lugar de avanzar, todo se ha frenado en seco. No sé cómo vamos a seguir; nos hemos quedado sin ideas>>.

Nuria sintió una corazonada en el momento en que escribió el punto final. Le gustaba pensar que el corazón va por delante de la mente. Las corazonadas eran una llamada de atención, un aviso, un <<es por aquí>> que el corazón escribe en la imaginación. El suyo le pedía que revisara una vez más el experimento. Con una precaución emocionada y contenida, se acercó al microscopio y miró a través de la lente. Al principio no vio nada distinto, pero su corazón iba por delante… ¡Ahí estaba!. Era una diferencia casi imperceptible, pero llena de significado. De hecho, cambiaba toda la investigación.

Su primer impulso fue salir corriendo a contárselo a sus compañeros, pero se detuvo al desabrocharse el segundo botón de la bata.

Abrió de nuevo su diario y añadió:

<<Aún no está todo perdido; aún podemos salvar al mundo>>.

Enseguida hizo una modificación.

<<…aún podemos salvar el mundo puede ser salvado>>.

Relajó los hombros. Había comprendido que la ciencia se escribe en voz pasiva.

 

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