¿Quién decide por mí?
Marta Gabriela Tudela
Ganadora de la XIII edición
www.excelencialiteraria.com
Desde que nacemos, nuestra vida es una continua sucesión de decisiones. Continua no porque nos pasemos todo el día entre la duda de “camisa blanca o celeste”, “café solo o capuchino”, sino porque la vida no se interrumpe. En la rutina de nuestras decisiones entran muchos factores en juego, que nos hacen decantarnos por una u otra opción: lo práctico que puede ser un objeto, el significado de una marca, nuestro estilo de vida, la influencia que ejercen aquellos que están a nuestro alrededor… Pero este proceso de barrunto constante no acaba ahí. Con independencia de la razón predominante y del tipo de determinación que acabemos por tomar, todos buscamos lo mismo: sentir que somos dueños de lo que elegimos, que manejamos la libertad de decisión.
Esta sensación la fomentan las técnicas de mercadotecnia, los anuncios y las promesas publicitarias. Por poner unos ejemplos, a más tipos de camiseta al mismo precio, tendré mayor libertad de elección; a más tipos de café que me ofrezca el bar, se me presentan mayores posibilidades de tomar bebidas estimulantes. Más allá de principios psicológicos que afirman que somos menos libres cuantas más alternativas se nos dan, o de las estrategias empresariales que ajustan la oferta y la demanda, contamos con la realidad para comprobar este fenómeno. Yo misma lo hice hace poco…
Entré en mi cuenta de series y películas en streaming, servicio audiovisual con el que ya estamos familiarizados. Lo primero que me apareció fueron las sugerencias de contenidos que me podrían interesar. Después de diez minutos dando vueltas a todo lo que se me ofrecía (los algoritmos no lo ponen nada fácil), escogí la primera de las series que me proponía la plataforma de pago. Podría haber optado por cualquier otra, pero algo hizo que me decantara por aquel estreno que se presentaba con letras grandes, recomendado por nueve de cada diez espectadores, que forma parte del Top 10 de lo más visto durante la semana. Después hablé con una de mis amigas y resulta que, más por lógica que por casualidad, había elegido la misma serie, que entre las dos recomendamos a otros amigos. Así es como se forma una tendencia de consumo.
Entre los motivos del éxito de estas plataformas de entretenimiento se encuentra el “elijo ver lo que me gusta; nadie decide por mí”. Afirmación que no es del todo cierta. Los horarios y lugar de reproducción los escoge cada abonado, pero de manera consciente o no optamos por lo que muchas otras personas de gustos más o menos similares han seleccionado previamente. Por eso Netflix, HBO, Movistar… nos recomiendan una u otra serie en uno u otro orden, guiando nuestras decisiones. La experiencia de otros, más que la nuestra, es la que cuenta. Cierto que podríamos elegir la última película de la lista o la menos consumida, que con seguridad será una mala comedia que han decidido poner como relleno del surtido.
Si extrapolamos a otros ámbitos este ejemplo del cine en casa, cabe afirmar lo mismo sobre las marcas de galletas o los colores que marcan tendencia en las pasarelas. Visto de esta manera, nuestra libertad deja de ser tan evidente. Seguramente porque no es más que eso, una apariencia, que nos confunde sobre quién es el que decide.