Hecho para tirar
Ana Belén Rodríguez Alenza
Ganadora de la XIV edición
www.excelencialiteraria.com
Ayer pronuncié la palabra perdurar delante de una niña de siete años. La criatura apartó la mirada del juguete que tenía entre las manos y me lanzó una mirada entre confusa y divertida, como si me acabara de inventar dicho término. Ante su perplejidad le expliqué su significado, a lo que ella me respondió: <<Así que es lo contrario de desechable>>. Después de darle la razón, me quedé reflexionando sobre lo que acababa de ocurrir.
Esa pequeña ha aprendido antes la palabra desechar que perdurar, lo que significa que en su pequeña mente se ha instalado antes el concepto de inservible que el de duradero, lo que implica –mucho me temo– que cada vez van quedando menos cosas diseñadas para perdurar: la tecnología digital se queda obsoleta tan rápido que casi no da tiempo a amortizarla, la ropa que compramos solo dura hasta la temporada siguiente, etc.
Parece una contradicción, sin embargo valoramos aquellos objetos que perduran mucho más que los que se fabrican en estos tiempos. El maletín de trabajo que llevaba mi abuelo (que costó unas dos mil pesetas en su momento) se vende hoy en eBay por doscientos euros (treinta y tres mil cuatrocientas de las antiguas pesetas) porque se considera “vintage”.
¿Cómo es posible que los maletines de ese modelo se hayan conservado en perfecto estado después de cincuenta años? Supongo que antes todo estaba diseñado para que durase en el tiempo con las menores taras. Lo de tirar las cosas porque dejan de ser útiles al estropearse, no era lo habitual, pues nadie compraba un objeto para tener que comprarlo de nuevo en un periodo breve de tiempo. Y, aún más importante, se cuidaban las cosas como si no fuera posible volverlas a tener.
Este virus de lo desechable se ha contagiado a nuestras relaciones interpersonales. Abundan las amistades y los amores de usar y tirar, reemplazables, prescindibles. Parecemos ciegos ante el deterioro de los vínculos humanos y prescindimos de buscar soluciones a las crisis. Parecen no interesarnos los lazos afectivos que pueden durar toda la vida, como si nos conformáramos con contactos esporádicos, de fin de semana.
No podemos seguir descuidando la lealtad, la fidelidad, el cuidado de nuestras relaciones, ni de nuestras posesiones. Al contrario, hay que recuperar el valor de aquello que tiene cualidades para ser conservado hasta el fin de nuestros días. Qué triste sería que, en nuestros últimos instantes, solo nos quedaran recuerdos febriles de lo que un día tuvimos y no supimos mantener.