El arma - Excelencia Literaria

El arma

Inma Wizner

Ganadora de la XVI edición

www.excelencialiteraria.com

Por fin llegó el momento; lo que hacía un par de meses veía tan lejano, ocurriría en menos de un minuto. Abrí los ojos y lo vi. Entonces los párpados se me abrieron al darme cuenta de que no había marcha atrás. Y, de repente, me brotó una carcajada que rompió el incómodo silencio que se había formado a mi alrededor.

 

<<Pues tampoco estoy tan mal>>, pensé mientras observaba mi nuevo look. Mi madre, en cambio, intentaba disimular con una sonrisa la impresión que le producía el corte de mi pelo.

 

Al salir de la peluquería me sentí extraña, pues no percibía mi larga melena moviéndose al compás de mis pasos. Además, los viandantes me miraban con curiosidad, sobre todo los niños. Como si fuera una mujer famosa, me puse a saludarles.

 

–¿Quieres un autógrafo? –le pregunté a uno de ellos.

 

Esa misma tarde había quedado con mis amigas. Les tenía que contar algo muy importante, aunque pensé que se darían cuenta antes de que les dijera una sola palabra. Así fue. Nada más verme se miraron unas a las otras, pues no acertaban a reaccionar. El silencio se apoderó del ambiente.

 

–Sí, chicas, tengo cáncer –les dije con una sonrisa.

 

Una de ellas, que se caracteriza por su impulsividad, quiso saber si me iba a morir. ¿Por qué será que tanta gente relaciona esta enfermedad con la muerte, como si no cupieran más opciones?

 

–Ni lo sueñes. Además, sabéis lo cabezota que soy. No voy a dejar que me gane este diagnóstico. ¡Ni en broma! Bastante es que le haya tenido que entregar mi pelo. Que tenga claro que no se va a apropiar de nada más. Ni de mi autoestima, ni de mi vida social ni de mi familia.

 

Todo volvió a la calma, porque se dieron cuenta de que con cáncer o sin él seguía siendo la misma. Quise, por otro lado, que me siguieran tratando como siempre. Los efectos secundarios del tratamiento harían que me encontrara débil, irascible y que dejara de percibir el sabor de la comida, pero ser un poco perezosa, rebelde y que apenas me guste comer son tres características que me definen, por lo que mi vida no iba a cambiar.

 

 

Al día siguiente me senté frente al espejo, cogí el estuche del maquillaje y los pañuelos, y comencé a arreglarme como si no hubiese un mañana, empeñada en convertirme en la mujer calva más guapa del mundo. Me entraba la risa al pensar en lo poco que iba a tardar en lavarme el pelo, o en los aprietos en los que se meterían aquellos que intentasen “tomarme el pelo”, porque está claro que no tengo “ni un pelo de tonta”.

 

Después me senté con mis padres en el salón. Me preguntaron cómo estaba.

 

–Igual que siempre, pero como nunca antes.

 

Cruzaron sus miradas desconcertadas.

 

–Tranquilos. Me refiero a que estoy viviendo nuevas experiencias. Sé que estoy corriendo riesgos, pero si el miedo me detuviera no alcanzaría mis objetivos.

 

Apenas acabé de hablar, se acercaron y me apretujaron en un abrazo que duró toda una vida. A veces los grandes problemas sacan lo mejor de uno mismo. Nadie puede saber qué le deparará el futuro. Por eso debemos utilizar como arma contra el desaliento el empeño de no rendirnos y ser felices. Y ya la hecho mía.

 

 

 

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