La vacuna mortal
José María Olmedo
Ganador de la XVII edición
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Cuando Roger llegó a su barracón, en el sector Albatros, se quitó la mascarilla y la dejó colgada donde siempre. Había tenido una ardua jornada de trabajo, por lo que se recostó en un sillón y se dispuso a leer el periódico. Le llamó la atención el titular que abría la portada: el anuncio del nuevo año, 2046.
<<¡Qué rápido pasa el tiempo!>> pensó con nostalgia.
Habían transcurrido veinticuatro años desde el trágico accidente. A pesar de que por entonces era un niño, se acordaba con claridad y espanto de lo que sucedió aquel día…
Salió de casa para dar un agradable paseo por París junto a sus padres, cuando en los Jardines de Luxemburgo se toparon con un cuentacuentos que relataba, a viva voz, una pugna entre caballeros y dragones. De repente, aquel hombre se desmayó. Los adultos que estaban presentes, acudieron a ayudarlo, pero también ellos perdieron la consciencia. Asustado, Roger buscó a sus padres con la mirada, pero también ellos habían caído al suelo. El pequeño rompió a llorar, desconcertado, antes de echar a correr por la vereda de tierra.
Era incapaz de precisar cuánto tiempo tardaron en aparecer las ambulancias y la policía, que se encargó de los niños que vagaban extraviados en busca de ayuda.
Roger no supo explicar lo que había sucedido hasta que, años después, uno de los adultos supervivientes se lo contó: las vacunas contra el coronavirus habían desarrollado –sin que los laboratorios donde se crearon lo hubieran previsto– unos efectos secundarios devastadores. Tiempo después de la inoculación, las células morían a un ritmo veloz y expansivo. Como la mayoría de las personas mayores estaban vacunadas, Occidente perdió a casi todos sus adultos, entre ellos los gobernantes y los políticos. El mundo quedó sumido en el caos.
Tuvieron que pasar años hasta que la nueva humanidad –compuesta por millones de niños– tomó las medidas necesarias para que la vida del hombre continuara sobre la Tierra. Poco a poco se construyeron barracones que sustituían a los edificios de viviendas, a los que había dejado de suministrarse agua y electricidad. Asimismo, los supervivientes se fueron agrupando en distintos sectores. En cada sector se asignaba un encargo a cada grupo de personas, para conseguir entre todos devolver al mundo un poco de normalidad.
<<Quién sabe lo que pasará en el futuro>>, suspiró Roger mientras se enjugaba las lágrimas. <<Quién sabe si el mundo volverá alguna vez a ser el mismo de antes. Ojalá nada de esto hubiese pasado>>.