Aquellas pequeñas cosas
Esther Castells
Ganadora de la III edición
www.excelencialiteraria.com
Como al final de cada verano, me he propuesto hacer limpieza en mi habitación. No lo consigo. Trato de imbuirme de un espíritu de desprendimiento para quitar de en medio todo aquello que no me sirve, pero sin demasiado éxito.
Lejos de esa imagen pulcra y minimalista de una estancia de diseño, mi cuarto recuerda al caos ordenado de la bodega de un barco. Es un mare magnum de libros y papeles, donde cartapacios y libretas conviven con antiguas revistas y otros mil objetos que ocupan un lugar especial en mi corazón.
Es cierto que suelo hacer acopio de objetos inútiles: octavillas de propaganda, una montaña de resguardos, tiques caducados… Y son esos los primeros que lanzo a la papelera. Pero, ¿qué puedo decir respecto a todas esas cosas que me hacen recordar?… Porque hay elementos que me trasladan desde el presente a un instante preciso. Por lo general, son pequeñas, sin ningún tipo de encanto para otros ojos que no sean los míos. A veces están rotas, remendadas y gastadas, pero tienen un valor incalculable porque llevan prendida partes de mi historia.
Con el ánimo de deshacerte de lo inservible tropiezo con pequeños tesoros: desde una vela de cumpleaños chamuscada hasta un peluche al que los brazos le penden de un hilo. También tengo libros de la infancia guardados con cariño, una entrada a un espectáculo y un billete de autobús. Esta vez, el que me inspira mayor ternura lo encontré en un cajón de mi escritorio. Son unos folios en garrapateados con una caligrafía torcida. Los escribió mi abuelo cuando redactar formaba parte de su rehabilitación. Tras sufrir el ictus, tuvo que empezar a escribir desde cero. Cuando los observo, por un momento le vuelvo a ver en la mesa del comedor, acompañado por mi abuela y animado por su fisioterapeuta. Mi abuelo se enfrenta al folio, sosteniendo con fuerza el lápiz, peleando con cada palabra. Cada frase es una pequeña batalla de la que sale victorioso. Y por unos instantes, vuelvo a estar con él.
No puedo deshacerme de estas hojas. ¡No voy a hacerlo! Sonrío, las guardo en su carpeta para, acto seguido, continuar la limpieza.
Hay objetos que forman parte del inventario de la vida y conforman, nostálgicos y agridulces, nuestra identidad. Forman parte de quienes somos y de lo que fuimos. Por eso son importantes. Tras hacer balance, los indultamos para devolverlos al silencio de su morada, a la espera de que los volvamos a visitar. Son, como dice Serrat, esas pequeñas cosas, con las que lloramos cuando nadie nos ve.