Sin miedo a vivir - Excelencia Literaria

Sin miedo a vivir

Marta G. Tudela

Ganadora de la XIII edición

www.excelencialiteraria.com

 

 

“Quien tenga a miedo a morir, que no nazca”. Con estas palabras, empiezan algunas de sus publicaciones twitteros en todo el mundo, para arengar a sus seguidores y captar su atención. Sin duda, es una frase potente porque llama a la vida como ninguna otra, perotiene implicaciones que escapan a su simplicidad.

Vivir no es fácil; supone trabajo, intentar y perder. También supone ganar, pero eso solo ocurre en ciertas ocasiones. En la vida, además, hay que superar muchos retos, vencer obstáculos cada día, de los que debemos intentar evadirnos cuando nos vamos a dormir. A veces es complicado apagar el interruptor de nuestros pensamientos, centrarse en algo concreto cuando el cerebro tiende a la totalidad. Es natural a nosotros enfocar la intención en aquello que no funciona y obviar todo lo que va bien, quizás por instinto de supervivencia o por mera superación.

Vivir lleva consigo racionalidad, pero también sentimientos. Estos últimos, despreciados por los que abanderan la lógica en su rutina, ensalzan o nublan cada una de nuestras acciones. Desde el desarrollo de una jornada hasta cómo desempeñamos los detalles menores de un trabajo. Los sentimientos nos hacen miserables o las personas más felices del mundo. Tienen la capacidad, incluso, de quitarnos los dolores, de hacernos insensibles a los ataques o de convertirnos en víctimas de cada momento. Los sentimientos nos impulsan a acometer aquello para lo que nos creíamos incapaces (una pedida de mano, un acto de humildad, una reconciliación…). A menudo, las emociones son catalizadoras del cambio de algunas actitudes que dábamos por sentadas, abriéndonos los ojos a circunstancias de las que no éramos conscientes. Los sentimientos actúan como un paño que limpia los cristales a través de los cuales miramos al mundo, o como unas gafas a las que se pone una nueva graduación tras mucho tiempo sin revisarla.

La racionalidad no es capaz de conseguir, por si sola, todo esto. Hay razonamientos lógicos, teorías avaladas que, sin embargo, no suscitan el cambio porque no llaman a la acción. Su mera lógica o entendimiento concluyen que no es necesaria modificación alguna. Pues, bien, afirmo que este modo de entender la vida es equivocado. Un «lo siento» cuando hemos hecho daño a alguien no siempre es racional, porque no solo es nuestra intención la que cuenta cuando nos relacionamos con otros, sino la manera con la que estos nos perciben. Un «te quiero» tras una discusión no parece el remate obvio, como tampoco lo es un abrazo al hijo que acaba de patalear en el salón, mas ambos son el paso necesario en cada uno de esos momentos. Para darnos cuenta hace falta que incluyamos los sentimientos en esta ecuación, pues un planteamiento meramente racional no nos llevaría a entenderlo, porque somos razón y emoción. Y una parte no se entiende sin la otra.

Por supuesto, vivir así es más arriesgado que hacerlo con la única guía de la razón. Los sentimientos suponen una amenaza a nuestra integridad, ya que al aceptarlos nos exponemos a que desde fuera nos hagan daño. La razón no duele porque no requiere de perdón, ni entiende la compasión ni los actos de amor gratuito. La razón evita que nos convirtamos en vulnerables y no nos abandona cuando necesitamos una mano amiga. No es así cómo la vida debería entenderse, pues impide una conexión natural con nuestros semejantes. La razón carece de empatía, de la capacidad para “sentir el interior de los demás”. Sin ella las relaciones humanas no funcionan. La felicidad se vuelve inalcanzable, porque el mundo es un lugar hostil por el que vagamos en soledad.

Reconozco que acoger al prójimo acarrea alegrías, penas, angustias y dolor. Nos exige cambiar nuestras pertenencias por amor, aceptar los malentendidos, preocuparnos de lo ajeno. Implica añadir a nuestros pensamientos y anhelos aquellos que ocupan la cabeza de las personas que nos importan, lo que requiere mucho coraje. Si vivir en soledad es difícil, complicarnos con los demás parece, desde una óptica racional, una carga innecesaria. Pero la vida va más allá que lo que dicta el raciocinio.

Entre tantos eslóganes fluorescentes que nos invitan a disfrutar una existencia en singular, es fácil que una voz disonante capte nuestra atención. Por eso una frase tan simple se ha hecho viral: “Quien tenga miedo a morir, que no nazca”. El camino que hay entre medias es solo para valientes.

 

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