Al menos lo intentan
Lourdes Rossy, ganadora de la XIX edición
www.excelencialiteraria.com
Llevo un tiempo pensando en la gente que sufre, bien por una enfermedad mental, bien por una adicción. Me intriga saber por qué ha ido aumentando su número en los últimos años, y me molesta la frialdad con la que a menudo tratamos este fenómeno. Un problema relacionado con los sentimientos debe ser abordado con sentimientos. Por eso trato de crear en mi mente diferentes imágenes de distintas personas, para comprender mejor su situación.
Me imagino a una adolescente de catorce años, que tiene toda una vida por delante. A pesar de su innegable potencial para hacer de su existencia una experiencia fascinante, se encuentra muy limitada detrás de los barrotes de su cárcel mental. Esta chica padece un episodio depresivo, originado por un auto-sabotaje inconsciente y por durísimas luchas interiores. Y se encuentra sola, sin nadie que la entienda, sin nadie que la apoye o en quien apoyarse, sin nadie que la escuche y la acompañe, sin nadie con quien llorar o que se preste a llorar por ella.
Lo que para mí supone levantarme de la cama, desayunar, vestirme, subirme al tren, caminar quince minutos hasta el colegio y pasar ocho horas de clases y patios, es la cara opuesta a lo muchísimo que a ella le cuesta ponerse en pie cada mañana. Resulta coherente con su dolor que no tenga ganas de nada, acosada por su cansancio mental y el hielo de la tristeza.
Puedo suponer que, en sus momentos de aparente calma hay un torbellino de pensamientos y emociones abrumadoras que la agitan. Atraviesa crisis vitales, se esfuerza por superarlas y fracasa una vez y otra, fastidiándolo todo y fastidiando a todos los que la rodean. «Dejad en paz a este monstruo», piensa, refiriéndose a sí misma. «No sabéis lo cerca que esta de sumergirse en la oscuridad de nuevo», se mete el dedo en su llaga. Me conmueve hasta las lágrimas que, a tan corta edad, tenga esa visión equivocada del mundo, esa experiencia feroz que la destruye.
Puedo imaginarme a un joven de veintitrés años que se acaba de sacar el carné de conducir y arrastra su coche hasta un barranco. «Podría, simplemente…», se le pasa por la cabeza. Lo piensa, lo analiza, contempla esa posibilidad, se asusta… pero termina dando marcha atrás y volviendo a su casa, sin mencionar a nadie el vértigo de aquella tentativa. Y me inspira, porque no haberse rendido a la fatalidad, al propósito de acabar con todo, es un esfuerzo definitivo para ponerse en el camino que debe conducirle a la paz.
Lo imagino perdido, sin saber qué hacer, con quién estar, a dónde ir. Se lanza a beber alcohol para luego reprocharse las borracheras. Derrama la ponzoña de su corazón en desconocidos, pero nunca lo hace con su vaso de cerveza.
¿Quién es consciente de lo que significa llegar a un callejón sin salida al que llamamos depresión? La adolescente, el joven, ¡tantos otros!… se esfuerzan por mantenerse a flote mientras navegan por las aguas turbulentas de la ansiedad, el hundimiento anímico o la adicción. Su pensamiento es su peor enemigo. Por tanto, no se lo pongamos más difícil. Valoremos de manera positiva que muchos de ellos están intentando superarlo.