La muerte del personaje
Francisco Javier Merino
Ganador de la X edición
www.excelencialiteraria.com
Recientemente un reconocido político anunció su dimisión. Esgrimía como motivo principal la llegada al límite de la contradicción entre su personaje y su persona.
Intuyo que el lector ya sabrá a quién hago referencia. Sin embargo, prescindiré de aludir su nombre, puesto que me gustaría tomarme la licencia de abstraerme del contexto para centrarme exclusivamente en el dilema mencionado.
Seamos francos (e insisto en la necesidad de separar la situación concreta de la reflexión general, puesto que este no es un juicio) … ¿Quién de nosotros no sufre de habitual esa feroz batalla entre persona y personaje? ¿Acaso no debemos adaptarnos constantemente a distintos roles, conforme sea nuestro entorno laboral o posición social? ¿Quién no ha caído en la tentación de actuar de cierta forma para agradar a determinadas personas? En resumen: ¿en cuántas contradicciones caemos en nuestro día a día?
Esta batalla es inherente a todo ser humano. Yo mismo, como escritor y comunicador, me veo defraudado con frecuencia a cuenta de que mis acciones no se corresponden con la visión del mundo que intento reflejar en mis textos. Y sí, lo confieso: en más de una ocasión he temido que el personaje creado estuviera encerrando a la persona que le da vida, como aquel famoso protagonista de novela, el doctor Jekyll.
Solo queda preguntarme cómo podríamos matar al personaje, aunque quizás no sea necesario. Una de las definiciones del término “personaje” es la de un «ser imaginario que figura en una obra literaria». Si dejáramos volar la imaginación, en lugar de aniquilarlo podríamos conseguir algo maravilloso.
Quizás el personaje que hemos creado pudiera servir no para cerrar las puertas del armario a la persona, sino para abrírselas de par en par. Hagamos el esfuerzo de crear, por un momento, un mundo en el que todos nos esforzáramos por ser dignos de nuestra responsabilidad laboral y social, en el que nuestro propósito de agradar a los demás surgiera de lo más hondo de nuestro corazón, en el que nuestras obras literarias, nuestros ideales políticos o nuestras posturas ante los retos de la vida nos hicieran sentir responsables y consecuentes con nuestras acciones.
No, no matemos al personaje (salvo que este vaya disfrazado de villano). Al contrario; brindémosle alas para descubrir en qué clase de persona podemos convertirnos. Entonces, no tengo dudas, llegará el punto en el que el personaje morirá de forma natural, y nuestra persona mejorada brillará con todo su protagonismo. Es decir, seremos el personaje principal de nuestra obra literaria.
Prometo aplicarme el cuento.