Julia Montoro
Ganadora de la XIX edición
www.excelencialiteraria.com
“All I want for Christmas is you”. Este verso solo significa una cosa: la Navidad ha empezado. Para el que no le suene (lo que dudo, porque es la cantinela de las navidades occidentales de los últimos treinta años), es el título de la canción de Mariah Carey, que se pronuncia “Maraia Carey” (los españoles nos hemos llevado muchas críticas por recurrir al “María” de toda la vida).
En cuanto mi vecino saca la caja de luces de todos los años, que no sé cómo no se han fundido, y la reponedora del supermercado de confianza me recibe con un «Ya nos han llegado las primeras cien cajas de turrón de almendra», sé que se aproxima la época navideña. Digo “aproxima” porque estas situaciones acontecen en el mes de noviembre, cuando todavía me quedan migas de huesos de Santo en los dedos.
No cabe duda de que a los españoles nos gusta celebrar, aunque festejemos cada ocasión a su debido tiempo, lo que no quita para que cualquier circunstancia nos sirva de pretexto para la celebración. Sin embargo, el tsunami norteamericano ha engullido nuestra parsimonia nacional: antes no se decoraba la casa hasta el puente de diciembre, en el caso de los más precavidos; a otros les podía sorprender la Nochebuena sin tener aún el pesebre preparado para acoger al Niño. Ahora, sorprendentemente, a finales de octubre las tiendas de decoración comienzan a llenarse de ansiosos clientes que buscan adornos y espumillón dorado.
Me asombra el contraste que experimentamos en las dos semanas que dura la Navidad. Cuando apenas nos hemos levantado de la mesa en la Nochebuena, los anuncios y los escaparates comienzan a patrocinar la Nochevieja, y las familias hacen acopio de las uvas de la suerte casi que al salir de la Misa de Gallo, al tiempo que la mañana del treinta y uno de diciembre ya desayunamos Roscón de Reyes. Todo esto confunde a los más pequeños, que ya no saben cuándo llegarán Sus Majestades: si el primero de enero durante el Concierto de Año Nuevo o el cinco por la noche.
El asunto no queda ahí. Antes de que el salón se llene de regalos llegados desde Oriente, los supermercados han reemplazado sus existencias de dulces navideños por cajas de bombones con forma de corazón, que anticipan un lejano San Valentín. ¡No hay quien lo entienda!
Resulta bien sabido que nuestro mundo camina tomado de una mano por el consumismo, y la otra por una aberrante prisa. Las ansiadas vacaciones de Navidad con las que soñamos desde el final de las del verano, las devora nuestra ansiedad. Deberíamos replantearnos esto de vivir como si fuéramos protagonistas de una carrera de Fórmula 1.
Espero que el año que viene cantemos La Marimorena la noche del veinticuatro de diciembre, que el treinta y uno solo nos preocupe cerrar bien el año que se va, y que el cinco de enero vuelvan aquellos escalofríos que nos comprimían el estómago hace diez, veinte, treinta o cuarenta años. Supongo que Mariah, en la próxima Navidad, seguirá queriendo lo mismo, pero yo aspiro a vivir una experiencia diferente.