Silencio - Excelencia Literaria

Silencio

Nacho Barrón

Ganador de la XVII edición

www.excelencialiteraria.com

Me cegaba una pálida luz y el interminable traqueteo hacía que el dolor se intensificara a medida que avanzaba por el pasillo. De fondo oía un murmullo, en el que distinguí el llanto de una mujer. Cada segundo me pareció una eternidad. Notaba algo encima de mí, que se resbalaba lentamente y desprendía un hedor insoportable. No sabía qué era y no tenía fuerzas para elevar la cabeza para descubrirlo.

Giré los ojos; un hombre de blanco que tiraba de aquello en lo que yo estaba tumbado. De repente oí como se abría una puerta. Traspasamos el marco. Al cerrarse, la luz quedó atrás y el murmullo se desvaneció. Me encontraba en un incesante vacío, solo con mis pensamientos.

Siempre había evitado quedarme solo, con la cabeza limpia de ruido e imágenes, por miedo a la nada. Pero a pesar de mi convicción de que debía evitar el silencio, encontré que aquel momento era mágico, hipnotizante, pues en lo que duró descubrí el placer de luchar contra mí mismo. Fue un instante, pero lo experimenté como si se tratase de toda una vida. Y sé que me dio las fuerzas para seguir enfrentándome al dolor. El silencio me hizo ver que podía acabar con los demonios que me ataban a una vida bulliciosa y febril. Supe que podía alcanzar lo que inconscientemente llevaba tiempo buscando: ser feliz.

Un foco me cegó. Enseguida percibí que me acercaba un extraño tubo, con el que me taparon la boca y la nariz. Empecé a inhalar gas y sentí una dulce placidez corporal, al tiempo que los ojos me pesaban más y más. Me dormí en un instante.

Desperté en una cama, con el cuerpo cubierto de vendajes y cables conectados a curiosas máquinas. Me habían puesto una ridícula bata verde y me dolía el vientre.

Más tarde llegaron unos doctores, que me explicaron lo ocurrido, debido a que yo apenas tenía un vago recuerdo: había sufrido un accidente de tráfico. Varios cristales me habían desollado el rostro y los brazos, y uno de gran tamaño me había abierto el abdomen, sacando parte de mis vísceras al aire. Aún me quedaba una larga estancia en el hospital.

Quedé muy agradecido al equipo médico que me había salvado.

Durante estas semanas he recapacitado sobre la vida. Cuando se nos va de las manos, más fuerte nos aferramos a ella. Espero recuperarme pronto para empezarla de verdad. No sé cómo alcanzaré esa plenitud, pero sé cómo empezar: con silencio.

 

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