La lava
La lava es inmisericorde. La iglesia con su campanario ha caído devorada por ese magma negro, viscoso, que parece salir del mismo infierno.
El volcán no se para, se traga casas y tierras de cultivo, que van a quedar inservibles. Los vecinos se han salvado pero sus vidas nunca volverán a ser las mismas, ya no tienen sus recuerdos, las ventanas desde donde contemplaban las estrellas, su jardín, sus flores y las uvas colgando de la parra, nada…
Tendrán ropa porque manos caritativas las están repartiendo pero no será la suya. Los niños tendrán juguetes pero su peluche preferido ha desaparecido para siempre.
Ha llegado el momento de transmitir esperanza, de mirar hacia delante, de agradecer que su perro se ha salvado. ¿Dónde vivirán? No lo saben. Las autoridades les están dando un alojamiento provisional pero ellos siguen durmiendo en su colchón del pasado.
A los mayores la tragedia les golpea aún con más fuerza porque son conscientes de que ya no les queda tiempo para crearse una nueva vida. Hasta el cementerio donde estaban sus seres queridos ha sido sepultado. No pueden rezar en la iglesia porque no existe. No pueden rezar en las tumbas porque han desaparecido…
Los pájaros han volado lejos y abajo en el mar, el océano espera que pronto ese río negro y rolo de fuego reviente en sus aguas acabando con la vida de peces y plantas.
La lengua de fuego por fin ha llegado al mar.