El enanito de la chimenea - La llama Viva

El enanito de la chimenea

La niña estaba sentada frente a la chimenea. Hacia mucho frío y le gustaba oír el chisporroteo de la leña de olivo al quemarse. La Navidad había quedado atrás y recordaba el bullicio de la calle con las carrozas de los Reyes Magos repartiendo caramelos. En Noche Buena habían cenado pavo y sopa de almendras, como cada año, brindando al final con los dulces que había traído su madre. Acababa de cumplir 15 años. Sus amigas se habían ido al campo, como era costumbre y ella dedicó su tiempo a leer. Le encantaba sentirse protagonista de esos libros que contaban historias fantásticas. Tenia el pelo castaño y los ojos grandes con una mirada profunda. También le gustaba escribir y dibujar jardines con fuentes y flores bajo los árboles. ¿Qué haría de mayor?, no lo sabía ni la preocupaba.

Fuera empezó a soplar el “embat” rizando las olas que rompían en el acantilado del puerto. Se quedó dormida, profundamente dormida, de pronto la despertó una voz que venia de la chimenea. Un hombrecito pequeño la observaba sentado a su lado. “Que haces aquí”, pregunto la niña, “mirarte y leer tus pensamientos, no te preocupes por el futuro, el futuro llegara a ti día tras día, paso a paso, eres libre para elegir tu camino, el secreto está en no traicionar tus convicciones, cuando tengas alguna duda mira siempre a tu corazón…”.

Al incorporarse para responderle, había desaparecido. Ya no sentía frio, fuera el sol lo iluminaba todo con su resplandor. El tranvía paro al otro lado de la calle y como siempre una vecina le llevo al conductor un paquete, para que lo entregara a su hermana que vivía en otra zona de la ciudad.

A esa hora la Catedral se reflejaba en el mar que rompía al pie de la muralla, los pescadores zurcían las redes en el puerto y las doblaban delante de sus barcas…, sobre el Terreno se alzaba a lo lejos el Castillo de Bellver. La diversión de los jóvenes se reducía a pasear por el Borne y a la hora de la llegada del barco de Valencia el muelle se convertía en un ir y venir de curiosos….

Mallorca, “la Isla de la Calma”, acogida siempre a los que llegaban a la Isla en busca de otra vida: los suecos para calentar sus huesos al sol, ingleses, franceses y en Valldemossa el recuerdo de Chopin, con sus composiciones melancólicas, que todavía hoy se oyen cuando florece el almendro sobre sus campos….

Con el tiempo, como todo, también Mallorca ha cambiado. En verano miles de turistas invaden la isla instalándose en los alrededores de la ciudad. Los pueblos del interior siguen conservando su esencia. Todavía hay calas solitarias con el agua transparente y ojos de Santa Lucía en sus orillas, que el mar las trae y se las lleva….

En el Norte siguen saltando los delfines cerca de los barcos que salen a pescar…. En casa tengo el cuello de un ánfora fenicia que cogimos buceando en la Aucanada.

¡Cuánta nostalgia y cuantos recuerdos!, la vida se los trae y se los lleva como a los ojos de Santa Lucía.

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