«Veinte corazones, ganadores» no es un libro para combatir el insomnio - Libros a pie de calle

«Veinte corazones, ganadores» no es un libro para combatir el insomnio

Esta vez «sobre el libro» empieza en el párrafo número tres. O cuatro. No quiero aburrir, pero es que las cosas hay que contarlas bien. Porque «Veinte corazones, ganadores» (editado por libros Walden), el libro más raro pero entretenido que he leído este año, ha llegado a mí de la forma más absurda. Su autor Efthimis Filippou a secas puede no decir mucho, hasta que lo acompañan de Yorgos Lanthimos y ya tienes el guion. Ahí ya no puedes evitar ponerte «Canino» y hay que descubrir un poquito más.

Recuerdo perfectamente el momento en el que vi la primera película del griego. Eran las 2 de la madrugada y como no podía dormir encendí el ordenador y, por recomendación, le di al play. Bueno, pues no la propongo como remedio contra el insomnio. Aquel día no pegué ojo. Con Veinte corazones me pasó algo parecido, me obsesioné tanto que no podía parar de hablar de él. Martiricé a mi hermana leyéndole una escena detrás de otra.

Últimamente el destino me obliga a cruzarme con un chico de la universidad al que hacía años que no veía. Pues resulta que ahora curra con Libros Walden y «Veinte corazones, ganadores» me lo recomendó él. Un día, después de leerlo, bajaba al andén del metro en la estación de sol y ¡ahí estaba de nuevo! Esta vez no saludé, aunque podría haberme acercado a agradecerle la recomendación. Seguro que lo vuelvo a ver pronto en algún lado.

Ahora, «sobre el libro», vuelvo al griego. «Veinte corazonres, ganadores» se compone de «Alguien habla solo mientras sostiene un vaso de leche», «Escenas» y «Sangres». Tres relatos que pueden parecer absurdos pero con los que te sentirás bastante identificado. Os pongo un ejemplo y luego os cuento qué me ha parecido cada uno.


«Un hombre de 65 años o menos duerme llevando solamente un slip azul.
En su muñeca izquierda lleva una cadena dorada y un reloj de plástico negro. Le cae saliva de su boca por su mandíbula y almohada. Las sábanas son de rayas azul y ocre. Las fundas de las almohadas tienen un motivo con ramas de almendro. En el baño, un bañador blanco con coquilla está colgado del grifo de la bañera. Al lado de la cama hay dos chanclas mojadas que, poco a poco, están secándose. El calzoncillo se ha doblado y se ve la mitad del culo del hombre»


Esta es una de las escenas de «Escenas», «Dormitorio, mediodía». Igual que el resto (más de 130 dice la contra, yo no las he contado), es un lapso de tiempo dentro de un todo que nos es ajeno y en el que Efthimis deja que demos rienda suelta a nuestra creatividad. Solo él sabe lo que pasa antes o después. Así que ya te haces una idea de que la lectura de este relato se convierte en un juego en el que, además de ser perfecto para crear imágenes, podemos dejar flotar nuestra imaginación para planificar nuestra propia película. Las hay con más posibilidades y con menos. Escenas de lo más cotidiano o de lo más absurdas. Pero como digo siempre, mejor leer.

Vamos ahora con el primero de todos, el encargado de inaugurar este delirio (sin contar una pequeña pero interesante entrevista con el autor que los editores han incluido a modo de prólogo), «Alguien habla solo mientras sostiene un vaso de leche». A priori esperas un monólogo, pero de pronto te encuentras con dos amigos en una cafetería que mantienen un diálogo de conversaciones raras y divertidas a la vez. Conversaciones que más de uno habremos disfrutado con esa persona con la que podemos desbarrar sin miedo a recibir una mirada de desprecio. Y es que quizá ese «alguien habla solo» es la impresión que transmite el leer un diálogo en el que cuando has pasado dos páginas ya te has olvidado de quién es quién. Intentas hilar y piensas, vale, este es este porque habla de su hija, pero pasas otra página y ya no sabes cuál es el que tenía la hija. No pasa nada, de hecho es mejor que no intentes identificarlos, es un sinsentido de cualquier modo.


«Mi querido Yorgos,
me es muy difícil escribirte últimamente, porque el movimiento de mi mano derecha tira de la herida. Estoy cansado de manchar mis camisetas, mis pantalones, mis shorts, mis sábanas y las toallas. Los fines de semana, como no voy al trabajo, decidí no ponerme gasas, pero no creo que pueda seguir haciéndolo. El otro día, mientras estaba en la mesa comiendo, no me di cuenta de que la sangre caía en el suelo y también en mi comida, y hasta que no me levanté no vi cuánto había manchado el suelo y la silla. La sola idea de haber estado comiéndome mi sangre con el arroz me da asco, Yorgos»


Este fragmento pertenece al último de los relatos, «Sangre». Qué podría decir, pues que es una locura, literalmente. Un par de amigos que se cartean hablando con toda la naturalidad del mundo como si el eje de la conversación fuese algo normal. Pero ¿qué es normal? Está claro que una vez que te sumerges en sus vidas todo cambia. Además de las suyas, también se cruza alguna que otra misiva de familiares o “amigos”. Básicamente uno de los destinatarios tiene una herida en el cuello que no deja de sangrar, a veces poco y a veces mucho. Tiene a su familia cansada de limpiar y, en el fondo, es comprensible, con el asco que da la sangre ajena. Si lo pienso no me daría tanto asco que fuese un poco de mi 0+. No sé muy bien qué más decir en este punto. Repito mi coletilla favorita, mejor leer.
 

 

Titulo: Veinte corazones, ganadores

Autor: Efthimis Filippou

Editorial: Libros Walden

Fecha de Publicación: Abril 2019

Número de Páginas: 203

Precio: 12,35 €
 

¡A leer!

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