«Nuestra piel muerta» es un ejemplo para la novela de nuestro tiempo - Libros a pie de calle

«Nuestra piel muerta» es un ejemplo para la novela de nuestro tiempo

Además de su olfato editorial, con obras de autores excepcionales, La Navaja Suiza también tiene un instinto infalible para oliscar nuevos talentos. No sé si la suerte o una especie de hado hizo que llegase a sus manos el manuscrito de «Nuestra piel muerta», pero se arriesgaron con valentía a tomar esa difícil decisión. Apoyaron a una artista desconocida, recién nacida, Natalia García Freire, que ahora mismo disfruta de este primer parto literario a miles de kilómetros de aquí, en Ecuador.

Es su ópera prima, su primera creación, y solo ella sabe lo que hay detrás de cada pequeño detalle. Yo todavía no sé ni cómo empezar a hablar de su libro. Me encuentro una historia hilvanada con los recuerdos de Lucas, su protagonista. A Lucas se lo quitaron todo cuando era niño, incluso ese espíritu infantil que nos hace soñar. Años en los que con un poco de tierra y agua preparas un batido de chocolate que nunca beberás y con un poco de arena macerada, hierba y hojas de hortensia cocinas un menú del día. Es un tiempo en el que no existe el miedo al mundo, solo el miedo al hombre. Y, aunque ahora Lucas ya no forma parte de aquella cándida atmósfera, vuelve al origen en busca de respuestas.

Creatividad primero, homenajes a autores después. Unos a través de los nombres, y otros más sutiles en forma de insecto. Eloy Tizón, William H Gass o Felisberto Hernández, Natalia los mencionó el día de su presentación; cómo iba a saberlo si Gass todavía está esperando en un rincón. Con Lucas, su padre y esos dos forasteros, Eloy y Felisberto, empieza todo, son la fuente del reproche. Cada uno es responsable de sus decisiones, no hay un ente superior o un Dios que nos mueva a actuar. Y los actos tienen consecuencias. Padre ha tomado un camino en el que se creía solo y con él ha hundido la historia de quienes le acompañaban. A una madre y a un enjambre de mujeres que marcarán el porvenir de Lucas.


«Esta no es nuestra casa, padre. No lo es desde hace tiempo. Creo que usted lo sabía y por eso se dejó matar. ¿No es cierto, padre, que fue eso lo que pasó? Que usted se dejó matar. Y que nadie podría ayudarlo porque usted lo que quería era irse. Irse de una vez. Aunque fuera por el camino más corto (…) He vuelto a casa, pero todavía no me he atrevido a entrar. Ellos siguen ahí, los vi comer codornices esta tarde y cuando estuve frente a la puerta tuve un escalofrío. (…) Y es culpa suya. Y lo sabe. ¿Recuerda que fue usted el que insistió en que se quedaran un poco más? Que había que cuidar a los forasteros como a hermanos. Que Dios mandaba esto, que Dios mandaba lo otro. Pues dígale a su Dios que ahora duermen en su cama, visten sus ropas y que han dejado su cuerpo bajo la tierra de su propio jardín para pisotearlo cada día»


Quizá obras cómo esta, en las que se plasman filias y obsesiones consigues reparar en pequeños detalles que más adelante te influirán en la lectura de otros libros. Jamás había reparado en lo bello de los insectos. Siempre huyendo de los coleópteros, dípteros, lepidópteros, todos los que terminan en -optero y después de deborar «Nuestra piel muerta» algo ha cambiado, pero todavía no se qué exactamente. Me leo un nuevo Edna O’Brien y, por fin, creo que entiendo lo que quería contar Natalia. Dejando a un lado los -ópteros, los insectos son lo que dan vida a la tierra. Capaces incluso de brotar de la muerte.

Qué bien escriben los hispanoamericanos. Rezuman sentimiento, originalidad, quizá una esencia demasiado intensa a la que acostumbrarse en las distancias cortas, si eres de carácter frío, pero que en el silencio de la lectura es un bálsamo reparador. Este libro es belleza, amor a la escritura, ninguna palabra sobra, son necesarias hasta en las frases más abstractas. Así ha conseguido bañar con encanto una novela repleta de oscuridad, muerte y locura.


«Yo me escondía. Huía de todos para ir a la cueva de roca detrás del bosque de Polylepis. (…) Era fresca y seca, y yo había ido construyendo en la entrada una apachita: una pirámide de piedras que iba acumulando como ofrenda a la montaña cuando la cruzaba. Por dentro era oscura, solo roca fría que abrigaba, la matriz de la montaña. Si uno se quedaba callado y quieto podía ver cómo de las grietas aparecían arañas y escorpiones. (…) Jugaba con los insectos un juego serio y riguroso, porque eran más poderosos que yo, un movimiento en falso y desaparecían, como dioses de un templo que había que invocar vaciándose de uno mismo»


Habrá cientos, pero a mí siempre me ha gustado pararme en dos tipos de lectura. Primero concebir la historia como una sucesión de acontecimientos. Podemos quedarnos ahí o tomarlo como antesala a un segundo patrón en el que dar prioridad a lo oculto. Recoger las pistas del texto y meternos de lleno en la interpretación. A veces veremos claro qué es lo que hay detrás de los personajes, hechos y descripciones, y otras veces acabaremos sumidos en un baile de teorías. «Nuestra piel muerta» es perfecto para iniciar el juego. Aún así, para quien no le guste estrujarse los sesos, es un libro con el que poder disfrutar durante unas horas de una historia de intriga. Me arriesgo a decir que, quien no juegue, llegará al final y querrá hacerlo para tejer esa red entre las dos vías.

No tengo nada malo que decir de esta obra, podrá gustar o no, pero no me ha violentado absolutamente nada de lo que iba asimilando mientras leía. No hay personajes moralistas y no se proyecta la personalidad del autor como ser ultraculto y perfecto. Cosa, que por cierto, odio. Quizá estamos ante una escritora de nuestro tiempo que es, de verdad, una artista. Una novela que, de verdad, es un ejemplo para la literatura de nuestro tiempo en la que se abusa de lo autobiográfico sin ningún tipo de sutileza.

 

 

Titulo: Nuestra piel muerta

Autor: Natalia García Freire

Editorial: La Navaja Suiza

Fecha de Publicación: 2019

Número de Páginas: 150

Precio: 15,90 €

¡A leer!

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