«Las historias que nos interesan son las del otro lado del sueño americano, literatura suburbial» - Libros a pie de calle
Javier Lucini

«Las historias que nos interesan son las del otro lado del sueño americano, literatura suburbial»

Con Dirty Works Javier Lucini (Madrid, 1973) y Nacho Reig (Teruel, 1969), más que una editorial, han construido un estilo de vida. En ese universo se nos presentan a la vista como una suerte de ‘hillbillies’ del asfalto madrileño o el adoquín cordobés (donde reside Nacho ahora) que, poco a poco, han ido extendiendo su cultura a lo ancho y largo de la geografía española convenciendo a los lectores de que merece la pena adentrarse en lo que nos venden como la América profunda. Dirty Works no solo son libros, es también música o cine, y ellos se han convertido en profetas emigrantes de un legado que antes nos habían colado en pequeñas píldoras Flannery O’Connor o Faulkner y de la que han salido historias, como la de J.D. Vance, llevada al cine recientemente por Ron Howard, o la que protagonizaron Gene Hackman y Willem Dafoe en «Mississippi Burning»; por citar alguna.

A cada paso que dan suena un arpegio de rithm and blues o country, un solo de armónica, una letra de Waylon Jennings, de Hank Williams, de Johnny Cash o melodías más modernas como las que triunfan en Missouri de la mano de Ben Miller Band. Con esta banda sonora caminan a veces imitando a Jeff Bridges en «Crazy Heart» mientras se adentran en silencio en el vasto mercado editorial. Y, también, con ese sonido Nashville se subieron a un tren para iniciar el viaje del que nació su proyecto; un viaje con «destino a la gloria quizá, como el mercancías de Woody Guthrie, o quizá a Busan, o directamente al descarrilamiento», bromea Lucini, experto en convertir su día a día en una película del underground estadounidense.

Todo lo que hacen lo envuelven en la antítesis del sueño americano y ponen sobre la mesa historias sobre injusticias raciales, económicas o de colectivos condenados al ostracismo y que poco nos habían contado. Así es como se ve desde fuera a estos dos editores que han engañado a muchos lectores hasta sumar entre sus adeptos a Natalia Verbeke, Carlos Pacheco, Alex de la Iglesia, Susan Santos o Ignatius Farray. Hoy habla por los dos Javier Lucini, que nos relata la vida en la editorial como si de un rancho se tratase.

¿Quiénes son y qué hacen Javier Lucini y Nacho Reig en Dirty Works?

Los mismos que en cualquier otra parte. Dos viejos amigos que se conocen como si se hubiesen parido. James Stewart y Richard Widmark, ya al final de «Dos cabalgan juntos», de John Ford. A veces, las más de las veces, a decir verdad, Jim Carrey y Jeff Daniels en «Dos tontos muy tontos». Según nos dé -o lo que hayamos bebido…-. En el Rancho Dirty, Nacho se encarga sobre todo de la producción, lleva las vacas al mercado y asiste a las subastas. Es muy de purito y coñac, se relaciona con banqueros y sabe emborrachar cuando toca a los agentes comerciales. Es el que mantiene la familia unida. A la hora de pujar, puja como un viejo zorro, tahúr del Mississippi. Suele conseguir las mejores reses y a muy buen precio. Yo me encargo de la doma y de elegir a las bestias. Estoy más en los cerros, meando al viento y susurrando a los caballos.

Aunque, de vez en cuando, la familia crece y ponen la diligencia en marcha ayudados de Tomás «un vaquero con el que trabajé durante cuatro o cinco años en otro rancho», Marga Suárez y Antonio (El Ciento) que «arreglan las cercas, marcan el ganado y levantan los corrales y los graneros», y Dani, «el único de la banda que ha estudiado -o eso dice-. Es el que nos saca del calabozo cada vez que las cosas se complican».

«No estábamos trabajando para una causa ni intelectual, ni cultural, ni ninguna otra impertinencia por el estilo, se trataba solo de sobrevivir, y punto»

No hay rincón en el sureste de los Estados Unidos que se les haya pasado por alto, como tampoco ningún escritor, que merezca la pena, que habite o haya habitado esas tierras y que si no han editado probablemente ya lo estén pensando o, inexplicablemente, alguien se les haya adelantado. Estos dos forajidos, que cuentan a Larry Brown y Harry Crews entre sus autores fetiches, y más vendidos, viven en una cuasificción que podría estar inspirada en las páginas del «Manifiesto Redneck» de Jim Goad -libro que era de esperar se encontrase en su catálogo, y ahí está desde 2017-.

¿Por qué aventurarse a convertir una editorial en estandarte de esa filia total que sentís por las costumbres del sur y sureste de los Estados Unidos?

Por ahí se puede bichear ya la primera parte del documental «Big Old Goofy World, The Story of Oh Boy Records», uno de mis sellos discográficos independientes favoritos. Mientras lo veía el otro día me vi muy identificado con sus inicios. Nacho y yo seríamos un poco como Dan Einstein y Al Bunetta en su día (¡ya quisiéramos!). Hastiados de todo y creando de la nada, a nuestro modo, nuestro muy particular modo…rozando casi la blasfemia… Junto a Larry Brown y Harry Crews, que serían como los John Prine y Steve Goodman de nuestro sello. Algo que nadie había hecho hasta entonces, al menos del único modo en que nosotros estábamos dispuestos a hacerlo, y por lo que, en un principio, nadie habría dado ni un mísero euro… Sin saber tampoco muy bien lo que estábamos haciendo ni a dónde pretendíamos llegar con todo eso. Sin casarnos con nadie ni dilapidar herencias familiares, ignorando olímpicamente los consejos, los protocolos y los moldes del gremio que asaltábamos como groseros forajidos, como si fuese «La diligencia» o «El tren de las 3:10h» a Yuma. Pero el caso es que merecía la pena intentarlo. Como dice Dan Einstein en el documental, no estábamos trabajando para una causa ni intelectual, ni cultural, ni ninguna otra impertinencia por el estilo, se trataba solo de sobrevivir, y punto, ni siquiera con la conciencia de estar haciendo algo especial o diferente. Simplemente, haciendo lo nuestro, hablando de lo nuestro, compartiendo nuestras pasiones y nuestros desvelos.

El sueño americano es lo que nos venden la mayoría de productos ‘mainstream’ que han ido llegando desde el otro lado del charco, Dirty Works nos trae a los grandes olvidados…

Esa es la literatura y las historias que nos interesan, las del otro lado del sueño, las de los bastidores, las del basural y el desguace, literatura suburbial, de patio trasero y de botas manchadas de barro. Porque al final, como decía Harry Crews en «Searching for The Wrong Eyed Jesus», eso es lo único que importa, las historias, lo que nos hace sobrevivir día a día. Literatura que se mancha las manos y se moja el culo en el río.

Sobre el sueño americano… una de vuestras primeras publicaciones fue «Manifiesto Redneck» de Jim Goad

El noveno título, si no me equivoco. Tanto ese como «El Manifiesto Redneck Rojo» constituyen una suerte de galería de personajes de buena parte de nuestros libros. Rednecks, hillbillies, basura blanca. La América profunda, si quieres. El sueño de Lincoln transmutado en pesadilla. Los perdedores de «Fat City» magullados y apoyados en la barra del bar, con un camarero muy viejo y muy lento. Un saludo a nuestro querido Fernando, de la editorial Underwood.

Hago una pausa para apuntar que «Fat City» es la novela de Leonard Gardner que tradujo Rubén Martín Giráldez para Underwood Editorial, otro sello independiente en el que Fernando Peña insiste en traernos (a su ritmo) también grandes historias de personajes excéntricos, raritos, pirados y estrafalarios que copan las páginas de libros como «Berg» de Ann Quin, «Vacas» de Ronald Suckenick (estos dos en coedición con Malas Tierras), «Nog» de Rudolph Wurlitzer o «Vidorra» de Jean Pierre Martinet.

¿Cómo se rastrea un rincón tan alejado para acercarlo a vuestra comunidad?

Pues si te digo la verdad, no hay ningún método. Todo está en el caos que impera en mi Gulliver, como la llamaba Burgess en «La naranja mecánica», desde hace muchísimo tiempo. La literatura y la música estadounidenses siempre me han acompañado. Me temo que para diagnosticarlo habría que recurrir al psicoanálisis. Mi caso tiene que ver con la psiquiatría más que con cualquier otra cosa. Y, sí, aquí me estoy refiriendo a mi puta locura que, probablemente, sea genética, y que Nacho ha sabido reconducir muy bien hacia algo que tiene pies y cabeza. Vamos al ritmo que vamos, al ritmo en que nos sentimos cómodos, quizá subamos a un par de libros más al año por cuestiones de sostenibilidad nuestra, mental, no del planeta, pero en mi quijotera atesoro cientos de títulos que podrían llevar el sello Dirty Works; y no exagero. En cuanto a lo del acercamiento, en el fondo, la idea, si es que la hubiera, es que la comunidad se acerque a nosotros, no nosotros a ella. Somos lo que somos y no vamos a cambiarlo, por muy contrarios que soplen los vientos. No vamos a ponernos a publicar libritos ilustrados ni pamplinas de gente de ciudad que un día planta una zanahoria y cuando la ven brotar es como si se hubiesen caído del caballo camino de Damasco.

«No vamos a ponernos a publicar libritos ilustrados ni pamplinas de gente de ciudad que un día planta una zanahoria y cuando la ven brotar es como si se hubiesen caído del caballo camino de Damasco»

No hay que dejarse engañar por algunos de los momentos que inmortalizan y comparten en redes sociales. Te harán creer que están en el desierto de Nevada cuando en realidad están visitando el de Almería o que están paseando por el rancho Spahn cuando en realidad no es más que el rancho Leone. Eso sí, las expediciones de Lucini por territorio apache son un secreto a voces; de ellas, como Washington Irving, quiso dejar testimonio sobre el papel («Apacherías», Mono Azul Editora). La lista de lugares que ha visitado, desconocidos para el común de los mortales, es, probablemente, de las más completas, pero todavía le queda algún reducto de los Estados Unidos por recorrer junto a Nacho; como Alaska, donde sueñan con quedarse «un día anclados en Anchorage, como en la mítica canción de Michelle Shocked»

¿Habéis recorrido alguno de los escenarios de vuestras novelas?

Pues tanto Nacho como yo hemos viajado mucho por Estados Unidos. Hemos rodado películas y escrito libros sobre nuestros viajes. Nacho llegó a conocerse de memoria el suroeste, cuando vendía joyería de los indios navajo. Y yo, aparte del Oeste Legendario, de Montana y Wyoming, donde comencé mis «Apacherías», fui también un día con Fani a Nashville, a darle la mano a Johnny Cash, pero llegué tarde. Ambos hemos fatigado mucho esas carreteras y tenemos por allí muy buenos amigos. Mucho Nevada, mucho Nueva York y mucho San Francisco. Hay hasta tatuajes que lo atestiguan. Y hasta una chica de Idaho, que me echó el lazo entre las cortinas de un Casino de mala muerte. Eso es lo bueno de tener amigos hasta en el infierno, lo digo siempre, citando a Bryce Echenique, porque al final uno no viaja a sitios, sino a amigos. Todavía tenemos un viaje pendiente, por cierto, con Mark Richard, que haremos en cuanto se pueda, para patearnos Oxford, Mississippi, y conocer al hijo de Larry Brown. Visitaremos los bares y las librerías que frecuentaba. Los caminos de tierra por donde se perdía. A ver si domamos ya este maldito virus y empiezan las cosas a poder respirarse sin mascarilla.

Vuestra filosofía es no publicar nada que no os guste. En vuestro catálogo se repiten con frecuencia los nombres de Harry Crews, Bonnie Jo Campbell o Larry Brown, ¿Sentís predilección por alguno? ¿O por todos?

El editor que no tenga esa filosofía no deja de ser más que un fétido insecto al que convendría ir pisando antes de que se ponga a desovar en el altillo. Y a la segunda parte de tu pregunta te contestaré que los queremos a todos por igual, no se nos vaya a encelar alguno, aunque como ya te dije antes, Larry Brown y Harry Crews son nuestros estandartes.

¿Algún autor o novela que haya sido una sorpresa incluso para vosotros?

Alan Heathcock, Mark Richard y Bonnie Jo Campbell. Siempre se dice eso de que es mejor no conocer en persona a la gente que admiras, porque probablemente acaben decepcionándote. Una vez conocí a una chica muy pianista que se negaba a aceptar que su admirado Chopin cagase y mease como cualquier ser humano. Los siglos que los separaban mantuvieron vivo y efervescente su maravilloso idilio; creo recordar que ella tenía tendencias suicidas, lo cierto es que no he vuelto a verla. La grata sorpresa es que esos tres autores, a los que hemos tenido la suerte de poder traer a España y conocer en persona, aparte de grandísimos escritores, son gente generosa, amorosísima y entusiasta, tres seres humanos increíbles. De hecho, ya no los consideramos únicamente autores nuestros, son también nuestros amigos.

Nacéis en 2015, creo, ¿notáis que Dirty Works ha ido sumando adeptos?

Ni lo sabes tú seguro, ni lo sé yo. En el 2015 salieron los dos primeros libros, «Trabajo Sucio», de Larry Brown y «Maldito desde la cuna», de William Burroughs Jr., pero en nuestras camisetas reza que la editorial se fundó en 2014. Fue todo muy loco, muy rápido y muy improvisado. También muy etílico y considerablemente narcótico. Hasta los tropiezos y los desalientos fueron luego de mucha risa. En muy poco tiempo hubo robos, desamores, cambios de domicilio, desapariciones, amores intempestivos, deserciones, barbacoas que pudieron haber acabado en incendios forestales, mucha carretera, abogados, amabilidad de extraños que dejaron enseguida de serlo -extraños, no amables-, muchísimo bourbon, Bulleit, nuestro favorito, que nos abrevó desinteresadamente desde el minuto uno. Mucha locura y mucha alegría. Mucho banjo y mucho violín en el porche. Y sí, se han ido sumando adeptos. Aunque no es tanto la suma lo que nos emociona, como la fidelidad.

«Quizá subamos a un par de libros más al año por cuestiones de sostenibilidad nuestra, mental, no del planeta»

Lucini nos cuenta que entre las nuevas incorporaciones a la familia Dirty se ha sumado «fauna de la buena», una banda de moteros y tatuadores animados por Laura y Aroa, de Entre Indígenas, dos nómadas que riegan de western todos sus trabajos audiovisuales o de diseño. También la «bandolera» Silvana Vogt que regenta la librería Cal Llibreter en Sant Just Desvern.

Empezaron poco a poco ahorrando costes elaborando ellos mismos las traducciones de los textos. Desde el principio han cuidado cada página y cada detalle -como por ejemplo esas ilustraciones magníficas firmadas por El Ciento que regalan con cada ejemplar- y alguna que otra sorpresa -casquillos de bala que pasaron controles de Correos o cartas de tarot- pensada para esos fieles que se lanzan de cabeza sin pensarlo a las preventas. Ahora, «el coche ya va solo» y «todo el mundo cobra lo que tiene que cobrar», confiesa un Lucini que, junto al resto de sus camaradas, ha conseguido meter con calzador a Dirty Works en el salvaje, inmarcesible e inabarcable universo editorial en el que los más grandes eclipsan a los más pequeños.

Porque para Javier Lucini la forma de abrirse camino en este mercado es «pasando totalmente de competir». «El que quiera competir, que compita. Siempre habrá buitres y chacales merodeando por las colinas que rodean el rancho (…) A veces nos da hasta cosilla verlos. Ser carroñero ha de ser bastante enojoso. Todo el día husmeando en vertederos ajenos. Que les aproveche». Como dijo Bob Dylan, y ellos mismos han repetido alguna vez, «be groovy or leave, man».


Foto principal: Jorge Quiñoa

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