«Leer ‘Días, meses, años’ cuando está de moda insultar a Greta Thunberg»
Después de un mes de sequía, nunca mejor dicho, vuelvo para hablar de «Días, meses, años». Podríamos viajar a cualquier parte del mundo y, allí, encontraríamos a un Anciano y un perro como los de esta historia. Un Anciano y un perro que comparten el pan, el lecho, la alegría y la tristeza. Porque los perros se bañan de nosotros y nosotros nos bañamos de ellos. Cada vez creo más en eso de que es el mejor amigo del hombre. Quizá no tanto el hombre de él, pero sí se convierte muchas veces en su chaleco salvavidas.
En esta ocasión ese Anciano y ese perro están en la sierra de Balou, en China, y nos trasladamos hasta allí, metafóricamente, para hablar del libro de un escritor de Henan que está revolucionando la literatura en su país y del que yo no había oído hablar hasta que terminó en mi poder gracias a Automática Editorial, como tantas otras veces.
«Días, meses, años» de Yan Lianke es un libro precioso que, a priori, creo que puede atraer a varios tipos de lectores. A los amantes de la literatura china, a los amantes simplemente de las obras de Lianke (en Automática hay donde elegir) y, como en mi caso, a los amantes de los perros. Yo también tengo un chaleco salvavidas particular.
«El viento había cercenado el brote de maíz. Los rastrojos temblaban como dedos amputados y una tristeza verde flotaba en hilachos bajo la luz áspera.
Anciano y perro se instalaron en la parcela.
El anciano no lo dudó un momento. Igual que los viejos que cuidan de los meloneros y que, cuando la fruta madura, se van a vivir a sus cultivos, clavó junto a la planta cuatro vigas a modo de columnas, sujetó contra ellas los tableros de dos puertas, las cubrió con cuatro esterillas que hacían las veces de tejado y se mudó a aquel terreno en cuesta»
También, por qué no, podría atraer a aquellas personas que hayan leído Dhzan, de Platonóv, y quieran volver a sufrir cada página sumidas en un secarral, porque la Sierra de Balou en este relato es un horno fruto de la sequía. Siempre salvando las distancias, pues Dhzan tiene un historia pre y post sequía, una cierta carga política detrás y Platónov es mucho Platónov. Pero el sentimiento de prisa que vives en uno y otro es perfectamente comparable.
Como en el Turkmenistán de Andréi, hay otros rincones en el mundo donde la felicidad aparece y desaparece, donde se reduce a algo insignificante, algo que no estaríamos dispuestos a aguantar el común de los mortales. Ahí están los moradores de rincones, olvidados, a los que nadie enfoca y a los que nadie atiende, porque si no se ve no existe. Anciano vive en una aldea en la que sí se ha fijado alguien, la sequía, que se ha cebado hasta expulsar de su tierra hasta el último ser vivo. Pero Anciano no quiere renunciar a su vida, no quiere renunciar a sus recuerdos, a ese pequeño reducto de tierra estéril que le queda en propiedad.
Ese terreno de dimensiones ocho li y medio que ha dado un fruto de ilusión, porque allí ha brotado un maíz. Un pequeño tallo que hay que proteger del sol y de los depredadores. Es el motivo para luchar contra lo que venga, que ese exiguo brote verde mantenga su frescura y su pigmento de esperanza. En «Días, meses, años» compartimos el día a día de Anciano y perro, sus esfuerzos por proteger esa futura mazorca de oro con treinta y cinco granos que servirán para lograr más y más ristras de treinta y cinco granos.
«Mientras cavilaba, fingió compostura y depositó con cuidados los cubos en un llano. Sin apresurarse, los desenganchó de la vara, se giró y avanzó con esta en la mano de cara a la jauría, como si no estuviera allí esperándolo. Caminaba con aplomo, sacudiendo la vara adelante y atrás y, mientras los lobos se dirigían a él, él se dirigía hacia los lobos. Los veintitantos pasos que los separaban se redujeron en un abrir y cerrar de ojos. Cuando no fueron más que una decena, el anciano siguió avanzando con calma hasta que casi pareció que le faltaba un suspiro para verse rodeado por las fieras»
La lluvia y el sol nos ha cambiado, a hombres y animales, y ahora ellos vienen a reclamar el espacio arrebatado y lo poco que hemos de dejar. El cambio climático ya ha llegado, no es cosa nueva, aunque ahora esté de moda insultar y reirse de Greta Thunberg, justificar que el Amazonas ya se quemaba antes o bautizar a las borrascas por países en vez de llamarlas por su nombre. Y cada uno en su burbuja particular, sin asumir su culpa, permite que haya personas como Anciano sufriendo un fenómeno que sobre todo baña esos rincones que no vemos. Ni siquiera sé si detrás de este libro hay una crítica en este sentido, pero yo no he podido dejar de pensar en ello. Mientras nos armamos para evitar lo inevitable nos ponemos vendas en los ojos que nos permitan justificar la desidia que mostramos hacia quien no puede armarse.
A pesar de lo mal que lo hemos hecho y lo estamos haciendo, al final cuando uno llega al momento de su vida en el que está Anciano lo único a lo que no se resigna es a morir. Hay que seguir luchando por sobrevivir sea como sea e implique lo que implique. Sobre todo cuidar lo poco que uno tiene aunque conlleve a renunciar al propio bienestar, pero sin dejar de vivir. Porque el final se acerca pero hay tiempo de descubrir nuestra utilidad antes de fundirnos con la tierra.
Titulo: Días, meses, años
Autor: Yan Lianke
Editorial: Automática Editorial
Fecha de Publicación: 2019
Número de Páginas: 114
Precio: 15,50 €
Tiene buena pinta y es cortito, de los que me gustan. Tendré que leerlo