Alfred Hitchcock hacía milagros cuando Dios no estaba en el rodaje (I)
¡Mis queridos palomiteros! Recordad que Alfred Hitchcock hacía milagros cuando Dios no estaba en el rodaje, aunque fue también un mujeriego frustrado. De hecho, recientemente dábamos cuenta de algunas de sus peculiares andanzas como esa. Y es que a él, a menudo, le gusta poner a prueba a sus personajes. Los examina y, haciendo cábalas, nos damos cuenta de que, a veces, ellos se rebelan ante una autoridad superior.
“¿Creíste que eras Dios?”. Esta es la pregunta que James Stewart dirige furiosamente a John Dall en La soga, tras descubrir el cuerpo en el baúl.
En el guión de Extraños en un tren no hay lugar para las especulaciones metafísicas sobre la indiferencia divina o el vicio, que preocupan a los personajes en la novela de Patricia Highsmith. El Guy de Highsmith hace un trato para intercambiar asesinatos con el psicópata Bruno. Ninguna prohibición moral se lo impide, ya que Dios no está de servicio en su torre de vigilancia. Guy reflexiona que él y Bruno son como iones positivos y negativos, intercambiables y mutuamente necesarios. Esta física culpable desapareció de la película, pero en su lugar Hitchcock insertó un comentario mordaz sobre una deidad que disfruta de la absurda y deportiva batalla de la naturaleza.
Los milagros en efecto sólo ocurren en las películas de Hitchcock, pero principalmente por inadvertencia o como resultado de la ingenuidad humana. Un libro de oraciones metido en el bolsillo de un abrigo robado detiene la bala dirigida al corazón de Robert Donat en 39 escalones. “Algunos de estos himnos”, comenta un policía, “son engorrosos de leer”. Acto seguido, Donat huye de sus perseguidores y desaparece dentro de las filas del Ejército de Salvación, mientras este marcha por un pueblo escocés. Más interesado en salvar su vida que su alma, nunca se detiene a dar las gracias a Dios por estos pequeños regalos.
Jean-Luc Godard describe a Hitchcock como “el único, aparte de Dreyer, que sabía cómo filmar un milagro”
En El hombre que sabía demasiado —un título que se refiere a la sublime banalidad de los hombres, quienes de forma arrogante han alimentado su creencia en un Hacedor— la humanidad se congrega bajo la cúpula de la palestra cómica del Royal Albert Hall para ser testigo de un atentado similar, acompañado por un nutrido coro de mujeres cantantes vestidas como ángeles, y un resonante y santificador órgano. Tres detonaciones, más o menos sincronizadas, interrumpen abruptamente la cantata: un grito de una mujer, un estruendo de timbales y el disparo del asesino.
En la recepción de la embajada, Doris Day (Jo McKenna) rescata a su hijo secuestrado, comunicándose con él en clave por medio de un pasaje de Qué será, será. La canción —que fue reconocida con el Oscar— insiste en que “nos está vedado el futuro”.
En el tramo final de la cinta, los secuestradores ensayan el asesinato que tendrá que producirse más tarde en el ya citado teatro Royal Albert Hall. Brenda De Banzie (Lucy Drayton), que tiene sus dudas, dice: “Desearía que ya fuera mañana”. Bernard Miles (Edward Drayton), quien interpreta a su esposo, replica: “Ese no es un sentimiento muy ortodoxo”.
Su enigmático comentario posee un inusual significado doctrinal, puesto que lo hace mientras se ajusta un collar de clérigo y un babero negro. El disfraz habitual de Miles es el de cura preparándose para oficiar la misa vespertina…
¡Continuará, palomiteros!