‘Matar a un ruiseñor’ demuestra que, cuando se quiere, el padre siempre está presente
¡Mis queridos palomiteros! ‘Matar a un ruiseñor’: ejemplo del padre biológico y presente. El pasado mes de marzo nos hacíamos eco desde este mismo espacio de cómo la familia cada vez va teniendo un hueco más relevante en el cine. Y lo decíamos a tenor del estreno de esa hermosa y optimista película de animación, Mirai, mi hermana pequeña.
Por ello conviene recordar a aquellas historias edificantes donde la familia ha ocupado un papel imprescindible en la historia del séptimo arte. Y si hay alguna que es modelo de cuanto se ha hecho en el cine después, no podemos dejar de hablar de Matar a un ruiseñor (1962), a pesar de que el año pasado fue insolitamente rechazada por su lenguaje y censurada en Broadway, como informamos desde estas mismas pantallas.
Dijo Kubrick que prefería adaptar libros de baja calidad, para que la gente no saliera del cine diciendo que “el libro era mucho mejor”. No pensó lo mismo el productor Alan J. Pakula cuando descubrió el libro Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, al poco tiempo de su publicación, y se dio cuenta de que era un excelente material que podría dar lugar a una gran película.
‘Matar a un ruiseñor’: ejemplo del padre biológico y presente
La autora recuperaba en tono nostálgico episodios de su infancia, y de su amigo el escritor Truman Capote. Pakula y el director Robert Mulligan tuvieron la suerte de llegar a un acuerdo con la escritora justo antes de que ésta ganara el premio Pulitzer, lo que habría encarecido el precio.
Pakula encargó el guión al dramaturgo Horton Foote, autor de The Chase, obra en que se basó La jauría humana. Cuando Pakula llevó el guión a los ejecutivos de Universal, éstos no parecían excesivamente convencidos. Por suerte, el hábil productor había conseguido que le llegara una copia del guión a Gregory Peck. Éste se sentía tan identificado con el personaje, que los estudios dieron luz verde al proyecto. Entre los miembros del reparto destaca la presencia de Robert Duvall, que debutaba en la gran pantalla.
Entre miles de candidatos seleccionaron al joven Philip Alford (Jem), y a la niña Mary Badham (Scout), hermana de John Badham, el director de Juegos de guerra
El equipo de producción organizó un casting en diferentes pueblos del sur, para encontrar a unos niños similares a los de la novela. Entre miles de candidatos seleccionaron al joven Philip Alford (Jem), y a la niña Mary Badham (Scout), hermana de John Badham, el director de Juegos de guerra.
Ambos conectaron a la perfección con Gregory Peck, lo que explica que en la pantalla éste parezca realmente un padre que se toma tiempo e interés por educar a sus hijos. “Cuando yo iba creciendo, me acordaba de las lecciones sobre la vida que me daba Gregory Peck en la película”, recordaba años después Mary Badham, que iba regularmente a jugar con los hijos de los Peck a su casa.
Frente a tantos autores que se desentienden de las adaptaciones de sus obras al cine, Harper Lee estaba tan entusiasmada que decidió pasarse por el rodaje. Al propio Gregory Peck le gustaba rememorar el encuentro: “Me fijé en que la autora estaba detrás de la cámara, mirándonos actuar. Creí haber visto un brillo en sus mejillas. Me sentí satisfecho, porque parecía emocionada.
Gregory Peck siempre dijo que se trataba de su película favorita
Al acabar la toma, me acerqué a ella y le dije que me parecía que sus mejillas brillaban. Me dijo, entre lágrimas, que le estaba trayendo muy buenos recuerdos: “Es que tienes la misma barriguita que mi padre”, me explicó la escritora. Cuando vio la película montada, Harper Lee estaba tan contenta que le regaló a Gregory Peck un reloj que había pertenecido a su padre. “Me recuerdas tanto a él que quiero que lo tengas tú”, le dijo.
El regalo tiene más valor, si cabe, porque según se deduce del libro y de la película, era el único objeto de valor que poseía su padre. Gregory Peck lo llevaba en el momento en que recibía de manos de la actriz Sophia Loren -su compañera en Arabesco-, el único Oscar de toda su carrera. El filme triunfaba así mismo en la categoría de guión adaptado.
Gregory Peck siempre dijo que se trataba de su película favorita. El actor encarnó como nadie en la pantalla la figura paterna idealizada que todo el mundo tiene en la memoria. Enseña a sus hijos con cariño y con su propio ejemplo valiosas lecciones sobre la integridad humana, el sentido del deber, la justicia, la familia, y la importancia de vivir en comunidad y de aportar algo a la misma.
Sus niños aprecian el esfuerzo, pero sólo con el paso del tiempo entenderán el verdadero legado de su padre.