¿Conoces ‘Hermano de Nuestro Dios’, la obra de teatro que escribió San Juan Pablo II?
¡Mis queridos palomiteros! El Papa San Juan Pablo II escribió para teatro ‘Hermano de Nuestro Dios’. Cada 22 de octubre celebramos la onomástica de este gran Papa. Y yo quiero honrarle con una de sus más lúcidas obras de teatro, Brat Naszego Boga, en español Hermano de Nuestro Dios, que Karol Wojtyla publicó en 1979 y que el cineasta polaco, Krzysztof Zanussi, llevó al cine en 1997.
El director de cine nació en Varsovia en junio de 1939. Realizó estudios en el área de las Ciencias en la Universidad de Varsovia; en el campo de la Filosofía, en la Facultad de Filosofía de Cracovia; en Cine, en la Escuela Superior de Cine de Lodz. Ya en la década de 1960 se revela como un realizador singular, considerado como uno de los más eminentes de Polonia.
El Maestro Zanussi fue también un protagonista de las transformaciones sucesivas de su país hacia la democracia. Zanussi es también un hombre de Iglesia. Fue siempre amigo personal de Su Santidad Juan Pablo II, con quien compartió pupitre.
El Papa San Juan Pablo II escribió para teatro ‘Hermano de Nuestro Dios’
En relación con la figura de Juan Pablo II, en el año 1981 Krzysztof Zanussi realizó su biografía fílmica, De un país lejano, y en 1997 llevó a la pantalla la obra teatral homónima del entonces Karol Wojtila, escrita hace casi cincuenta años, titulada Hermano de nuestro Dios.
Zanussi presentó la película en el Festival de Venecia de ese año, y explicó que conoció al Pontífice “a comienzos de los años sesenta, cuando estudiaba filosofía en la Universidad de Cracovia.
Tenía mucho interés en la creación artística, y eso es lo que nos unía. Más adelante, quise rodar una película con unos monjes en Cracovia, y ellos me dieron su permiso, pero también necesitaba la intervención del Obispo, al que luego Dios nombró Papa”. Zanussi, en Venecia, fue galardonado con el premio Robert Bresson por “involucrarse en la búsqueda del significado espiritual de la vida”.
Sobre la decisión de llevar la obra del Papa al cine, Zanussi explicó que “al principio un colega hizo una adaptación del guión para llevarlo al cine, pero no coincidía del todo con las intenciones del autor, ya que hacía los momentos biográficos demasiado explícitos. Él quería una obra más modesta y fiel a su texto original. Con esta segunda adaptación tuvimos la aceptación del autor”.
Zanussi recordó al joven Wojtyla como un “gran actor, dramaturgo y poeta”
Asimismo, el cineasta describió las “coincidencias biográficas” entre el protagonista y el autor de la obra; y afirmó que “en primer lugar los dos sacrificaron su arte y el amor humano por la entrega a Dios y a los demás.
Tanto el pintor -protagonista de la obra- como el Papa denuncian las injusticias del sistema social con diferencias abismales entre pobres y ricos, pero la solución que plantean no es la revolución, sino la caridad como el bien hacia todos los individuos y la solidaridad como compromiso personal. El autor hizo su particular homenaje al escritor y monje, Adam Chmielowski (1845-1916), que en 1989 Juan Pablo II canonizó”.
Zanussi recordó al joven Wojtyla como un “gran actor, dramaturgo y poeta”, y agregó que el principal mensaje que trasmite la obra es que “entre la justicia y la misericordia, lo primero es el amor. Es un diálogo entre el concepto marxista y el cristiano, que se identifica con la víctima sufriente. Esta obra es el germen del pensamiento personalista del Papa, que luego desarrolló ampliamente en sus encíclicas y escritos”.
En Hermano de nuestro Dios se apuntan ya varios temas que inquietaban al joven sacerdote, principalmente después de su viaje a Francia donde entró en contacto con el movimiento de sacerdotes obreros
Fue un intento de dar respuesta a la secularización de Europa desde una nueva cultura y experiencia del trabajo como lugar de realización de lo humano y cristiano, y que le han acompañado durante su pontificado: la cuestión social -que no es otra que la cuestión humana-, el discurso sobre la justicia, el personalismo, las actitudes políticas… acompañados de una hondura en la reflexión que asombran en un autor tan joven.
Al ver la película -continuó el director-, “el Papa fue muy cuidadoso con sus críticas, para que no se confunda su opinión personal con su enseñanza como Romano Pontífice”. Solamente hizo un comentario público: “Después de medio siglo, desde que escribí la obra, he puesto una cara muy concreta al Santo, que es el personaje principal. Así que al cabo de una hora y media de la proyección, no podía ponerle otra que la del actor”.
Hermano de nuestro Dios forma parte de un género teatral particular, de tipo rapsódico, donde prima la palabra sobre la reconstrucción escénica
El artista, tras ser herido en una pierna durante la guerra de insurrección de 1863 por la independencia de Polonia, estudió pintura en Munich. Más tarde regresó a Cracovia donde se afirmó en la pintura pero un día, cuando vio un andrajoso dormitorio de mendigos, su corazón quedó sobrecogido.
Dejó el cuadro en el que trabajaba y se echó a las calles de Cracovia a pedir limosna para las personas que no tenían techo. Pronto se convirtió en una de ellas y se hizo religioso, tomando el nombre de Alberto. Escogió el amor al prójimo, descartando la “tentación” de la revolución marxista.
Hermano de nuestro Dios forma parte de un género teatral particular, de tipo rapsódico, donde prima la palabra sobre la reconstrucción escénica, que no busca el realismo de los diálogos sino que es esencialmente declamatorio, conceptual y enfático en la confrontación dialéctica de personajes antitéticos.
La película, por tanto, adopta un lenguaje fílmico con una fotografía muy plana y una ausencia de acción dramática que marca un tempo lento
Se podría discutir su calidad cinematográfica, pero Zanussi ha dado cuerpo e imagen a una obra que después de verse exige mucho más ser leída.
En 1948, cuando se escribió la pieza teatral, la situación política de Polonia propiciaba que el marxismo gozara de gran actualidad en pleno debate político y cultural sobre el liberalismo y la revolución proletaria.
En la obra, Lenin dice a los mendigos: “No tengáis miedo” -palabras con las que más tarde el Papa comenzaría su Pontificado-, mientras les anima a buscar su redención en las estructuras políticas instando al protagonista y a los pobres a manifestar su ira interior, signo de la opresión, para hacer una revolución llevada a cabo por los dirigentes.
Frente a la concepción marxista de la pobreza como un castigo del que hay que liberarse, que no acompaña al pobre ni se identifica con él, que no tiene autoridad moral para proponerles la salvación presente, la misma realidad de los mendigos de Cracovia obliga al afamado pintor, después Hermano Alberto, a hacerse uno con ellos, a hacerse uno con el Pobre, como única respuesta que satisface la necesidad de liberación que todos claman.
Sólo la identificación de la propia vida con Cristo convierte a cada uno en instrumento que abraza la realidad y alcanza su potencia vencedora
La pregunta sobre la fecundidad de su tarea, la tensión entre la violencia de la revolución y el aburguesamiento de los liberales, los hombres encuentran respuesta en el amor del nuevo Alberto: una vida sencilla, entregada hasta la extenuación, donde se evidencia que las estructuras políticas no redimen el corazón del hombre, sino el amor, que es responsabilidad de todos.
Que el horizonte de debate sea el marxismo imperante en la acción política de media Europa y reinante en muchas cátedras universitarias de aquella época no le quita nada de actualidad.
La modalidad dialéctica de aquella época era el marxismo, un cierto tipo de mentalidad liberal en lo político y socialdemócrata en lo cultural (un cierto laicismo radical más o menos atemperado en las formas según unos lugares u otros de Europa).
La modalidad dialéctica de aquella época era el marxismo
Pero el nexo común con aquella época es el de la dialéctica idealista que genera abstracción (con su consecuente e inevitable instrumentalización de lo humano) y desplazamiento hacia el futuro propio de toda utopía. La cuestión candente entonces, como hoy, es la respuesta al presente.
¿Existe una presencia que salva las distancias, cura la ira y toda forma de resentimiento y convierte en bendición lo que los demás consideran maldición y pretexto para el reproche incesante, la incriminación y la violencia? ¿Existe alguien de quien poder fiarse o estamos condenados a fórmulas que nos atan inexorablemente al “más de lo mismo”?
Sólo la identificación de la propia vida con Cristo convierte a cada uno en instrumento que abraza la realidad y alcanza su potencia vencedora. Sí, la promesa de Cristo no defrauda, tiene en cuenta lo que no cuenta para el mundo, para “confundir” a lo que cuenta…
En esta película artística, joya de humanidad sobre un horizonte que va creciendo, salimos ganando todos al palpar la pregunta, la promesa, la esperanza de una posibilidad abierta y total de que la fuente del amor siga salvando, rescatando y restaurando la pobreza que todos compartimos a través de la carne de los santos.