Ernesto Caballero rompe moldes con su desternillante teatro inmersivo en ‘Esta noche se improvisa la comedia’
¡Mis queridos palomiteros! ‘Esta noche se improvisa la comedia’: desternillante teatro inmersivo. Tal vez habría dotar de un nombre propio al polifórmico y desenfadado espectáculo de marras, en el que siete actores dan lo mejor de sí mismos hasta reventar la sala principal del Teatro Español de Madrid. Hasta reventarla de inteligencia y talento. Son las conclusiones iniciales de Esta noche se improvisa la comedia, pieza versionada y dirigida con gran éxito por el camaleónico y prolífico Ernesto Caballero.
La obra cuenta las andanzas de un excéntrico director de teatro, que se ha propuesto innovar la escena obligando a los actores a improvisar frente al público la trama de un cuento escrito en 1930 por el propio Luigi Pirandello -jaleado dramaturgo italiano y Premio Nobel de Literatura- e inspirado en el aria Addio Leonora de Il Trovatore, de Giuseppe Verdi. En esencia, narra la historia de celos que transcurre en una localidad siciliana y donde el mundo de la ópera juega un papel relevante.
‘Esta noche se improvisa la comedia’: desternillante teatro inmersivo
Planteado como un ensayo general -asunto en el que se han inspirado otros autores como el ruso Antón Chéjov y su Ensayo… casi general (1989) o el monólogo Cuentos y chismes del oficio, de Enrique Jardiel Poncela (1930)-, Esta noche se improvisa la comedia comparte puntuales trazas al estilo de ¡Qué desastre de función! -esa increíble comedia del británico Michael Frayn-, no deja de tener tintes que se corresponden con lo que hoy día sucede detrás y delante de las bambalinas. Muy al fondo podríamos encontrar analogías con El crítico (2013).
Y donde no podemos determinar cuándo estamos orillados en la ficción o integrados en la realidad. Solo que Caballero aún da una vuelta más al argumento con gran virtuosismo, tanto en su forma como en su fondo, y de esta manera termina por convertir la pieza teatral en una obra referencial desternillante, impecable se mire por donde se mire. La actualización del libreto es su mejor baza.
El montaje es la encarnación propia del metateatro en toda su pureza y con todo su esplendor, donde Caballero vuelve a demostrar que es un maestro. En la nueva y arriesgada propuesta, el formato poliédrico -repleto de aristas y próximo al teatro posdramático, del que también ha hecho gala con gran acierto Juan Mayorga en El Golem–, funciona como un afinado mecanismo de relojería.
Caballero termina por convertir la pieza teatral en una obra referencial desternillante, impecable se mire por donde se mire
Entre otros motivos, porque ha reunido a un elenco de fábula, integrado por Felipe Ansola (Pomarici), Jorge Basanta (Verri), Natalia Hernández (Doña Ignacia), Joaquín Notario (Hinkfuss, el director), Paco Ochoa (El actor de carácter, Don Palmiro), Ana Ruiz (Totina/La cantante de cabaré) y Ainhoa Santamaría (Mommina), actriz de raza, muy brillante en su rol dramático.
Por su lado, el gran tema del humor está muy bien traído, sobre todo cuando también está al servicio de reflexiones sesudas sobre los sinsabores de la interpretación -música en directo incluida- y otros oficios de la escena. El asunto, que es más delicado de lo que parece, hiere a los personajes y podía condicionar el tono de la obra y caer en la burla y la chanza barata. Y, muy al contrario, el resultado tiene un acabado tan perfecto que aún hace más creíble al espectáculo. ¿Por qué? Porque Caballero no se desliga del género ni rompe con el ritmo y el tempo dramático que demanda cada una de esas escenas.
De esa manera, el respetable recibe con nitidez ese muy conseguido juego teatral, más allá del metalenguaje y la ruptura de la cuarta pared, y al verse sorprendido a cada instante con giros y más giros, rompe a carcajadas, seguramente para dar rienda suelta a su tensión.
Todo un dechado de virtudes se resuelve con pasión y mucho humor en las casi dos horas de función, gracias a un precitado elenco con gran proyección y trayectoria que no os va a dejar indiferentes
También están muy bien recreadas las acciones donde los actores emplean elementos de atrezzo para facilitar unos efectos especiales temporales muy eficaces. Y, por otro lado, funcionan a su debido tiempo las pruebas técnicas con el telón que se incorporan a la dramaturgia con buen tino.
Así las cosas, el espectáculo queda perfectamente acotado en varios cuadros, a partir de una solvente puesta en escena, que sabe combinarse entre lo puramente eléctrico con lo estrictamente clásico. Si a todo ello le añadimos la interpelación directa entre los nombres de los actores y el de sus personajes, la frenética comedia de enredo queda asegurada.
En cuanto a la parte ajena a la interpretativa, es de obligado cumplimiento mencionar el diseño del espacio escénico, por el que responde Mónica Boromello, el diseño de iluminación de Paco Ariza y el diseño de vestuario de Beatriz Robledo.
En fin, todo un dechado de virtudes se resuelve con pasión en las casi dos horas de función, gracias a un precitado elenco con gran proyección y trayectoria que no os va a dejar indiferentes, lo que pone también de relieve la muy eficaz dirección de actores. ¡Bravo por todas las genialidades desplegadas! Como me dijo una vez el maestro Lluís Pascual, a la salida de una función, “Panero, qué bonito es salir contento del teatro”. ¡Imprescindible! Hasta el 17 de julio.
