En memoria de Víctor Ruiz Ortiz, hombre de teatro y de bondad infinita
¡Mis queridos palomiteros! En memoria de Víctor Ruiz Ortiz, hombre de teatro y de bondad infinita.
Hoy, 19 de julio, nos dejaba hace justo un año a los 88, Víctor Ruiz Ortiz. Y hoy vuelvo a sentirme un poco más huérfano. Licenciado en Filosofía y Letras y vinculado a la docencia en materia de lengua y literatura española -cuyo desempeño desarrolló con éxito casi en su totalidad en el CEU-, Víctor también fue un importante y reconocido director de teatro a quien conocí a mis tempranos 16 años.
En memoria de Víctor Ruiz Ortiz, hombre de teatro y de bondad infinita
Junto a él y a otros grandes amigos hicimos un hermoso y fecundo camino en las artes escénicas en Boadilla del Monte. Más en concreto en lo que después se denominó Escuela–Taller de Teatro Estudio 10, la primera que existió en el municipio, que se estructuró en tres años de formación y otro de perfeccionamiento. Tiempo pasado y tiempo maravilloso, que desde la distancia revivo con emoción y admiración a partes iguales.
También he de decir que meses antes de decidirme a hacer teatro, y no a implicarme en otra actividad ociosa siendo un chaval, en aquel lejano 1992 consulté a dos grandes figuras de la escena sobre ese anhelo. Ellas fueron Luis Merlo y Yolanda Arestegui, tras representar en el Teatro Español de Madrid Tres sombreros de copa. ¡“No lo dudes, adelante”!, dijeron ambos. Y de aquellos polvos estos lodos. Pero esa es ya otra historia.
Primero por la epidermis, luego por los poros de la piel de Víctor y después hasta la sangre, circulaba como permita cualquier don su manera y modos de hacer y decir el teatro. Víctor Ruiz era de esas personas que me enseñó a pensar. Su compañía siempre me resultó atractiva, seguramente porque mi acreditada inmadurez no daba más de sí y carecía de herramientas para construirme como persona.
Sin embargo, al paso del tiempo pude constatar que con Víctor Ruiz aprendí y crecí mucho más, al margen de la preparación actoral. Cada vez que hablaba con él, sus palabras se adentraban en mi mente con más fuerza, como antes no había conseguido nadie. Su intensa mirada, su aplomo en cada decisión tomada y su destacada personalidad hacían de él alguien único. ¡Cómo se notaba que había sido actor! Algo estaba sucediendo y me gustaba mucho. Todo estaba por llegar.
Y no solo al teatro me invitaba, sino hasta hace bien poco también a su casa de Montepríncipe, donde pasábamos largas horas charlando, como desde que nos conocimos, junto a su simpática esposa, Terre, y Silke, la simpática perrita caniche que nos acompañaba a todos los sitios
Gracias a él supe que había fundado TAEDRA (Taller de Estudio Dramático), conjunto actoral pródigo en montajes y galardones. No en vano, uno de sus más aplaudidos espectáculos, representado bajo su dirección hasta hace bien poco, fue La cantante calva, de Eugène Ionesco, que se escenificó durante años por España. Es más, durante los muchos meses que la obra estuvo programada en la Sala Tarambana, era el único montaje en alza del ilustre dramaturgo francés, quien por cierto falleció el 28 de marzo de 1994. Os podréis imaginar dónde y a quién acudió la prensa especializada para encontrar un testimonio actual sobre tal deceso. Víctor Ruiz y sus actores de TAEDRA, de nuevo en el foco mediático.
También, gracias a Víctor pude disfrutar de una preciosa puesta en escena de Doña Gramática, que él había preparado con actores jóvenes con los que después coincidí en Boadilla. El texto, de Pedro Salinas, tuvo un éxito enorme. En gran parte porque Soledad Salinas, hija del miembro de la Generación del 27, había dejado dicho que tal libreto solo lo podía dirigir Víctor.
Por fortuna, de la mano de este gran amigo fui conociendo otros grandes montajes. No en vano, ya en mi primera etapa universitaria y en horario lectivo, más de una vez me salté las clases y acudí al teatro porque Víctor siempre me invitaba. Me decía que tenía que ver mucho teatro si quería seguir aprendiendo. Así como aprender a depurar los artículos que durante años publiqué mensualmente en un periódico local entre 1995 y el año 2000.
Y no solo al teatro me invitaba, sino hasta hace bien poco también a su casa de Montepríncipe, donde pasábamos largas horas charlando, como desde que nos conocimos, junto a su simpática esposa, Terre, y Silke, la simpática perrita caniche que nos acompañaba a todos los sitios. El nombre, como puede inferirse, hace alusión a la actriz española que protagonizó con gran éxito la primera película de Icíar Bollaín, Hola, ¿estás sola?
Es decir, que Víctor no dejaba indiferente a nadie que se cruzase en su camino. Y naturalmente se encontraba más activo que nunca. El último montaje que tenía preparado era Cándido y los incendiarios, del autor suizo Max Frisch. Más allá de su sabiduría destacada, se hallaba un hombre bueno, familiar, de bondad infinita, irónico, simpático, gran conversador, sereno.
Uno de sus más aplaudidos espectáculos, representado bajo su dirección hasta hace bien poco, fue La cantante calva, de Eugène Ionesco, que se escenificó durante años por España. Es más, durante los muchos meses que la obra estuvo programada en la Sala Tarambana, era el único montaje en alza del ilustre dramaturgo francés
De adolescente, y con las hormonas revueltas, metí varias veces la pata, por torpe e indocumentado, en los territorios del teatro en los que se manejaba Víctor. Eso sí, nunca me faltaron redaños para ir a hablar con él a enmendar la plana si era posible. Y él siempre me tranquilizaba: “No te preocupes, José Luis, tengo gran capacidad para el olvido”, sentenciaba, al tiempo que cariñosamente me cogía del hombro para entrar juntos al restaurante de marras.
Por otro lado, como buen maestro entre maestros, confidente y amigo que fue, supo ver el talento en otros actores desde muy jóvenes, que han hecho de su vida la profesión de actor.
Es el caso de Carlos Hipólito -quien me reconocía el pasado mes de marzo lo agradecido que estaba porque Víctor se hubiera fijado en él-, o el caso de Verónica Forqué, que cada vez que nos veíamos en los sucesivos Premios Forqué de cine -en honor a su padre-, me preguntaba por Víctor y me enviaba saludos para él.
No puedo olvidarme de Carlos Martínez-Abarca (el pasado mes de junio tuvo un papel representativo en El sueño de la razón, en el Teatro Español), de Carlos Soria, de Carlos García Estévez (sucesor del actor francés Jacques LeCoq), de Arantxa Franco de Sarabia, de la también directora Ana Garrido (fundadora de Arteluna Teatro), de Andrea Soto… Seguramente son muchos más los profesionales de las artes escénicas que lo aprendieron todo con Víctor. Ruego me disculpéis los que no os veis representados aquí.
Sin él, y con el desgarro que eso le supone a quien le valoró y le quiso, la escena española acusa su orfandad. No estaría de más que nadie olvidase quién es y si su causa es Víctor Ruiz. Muchísimas gracias por todo, amigo. DEP.
En el vídeo que os dejo podéis ver a Víctor presentando la obra de teatro Llama un inspector, de John Boynton Priestley.
*La imagen de portada pertenece al álbum personal de la familia Ruiz-Tejedor.