HASTA 18.000 NIÑOS DE ENTRE UNO Y CUATRO AÑOS MUEREN DE HAMBRE CADA DÍA
En esos días pasados, en los que una de nuestras mayores preocupaciones fueron qué íbamos poner en esas cenas o almuerzos pantagruélicos, con las que celebramos cualquiera de esas fechas navideñas, nos debatíamos con cierta angustia por el problema que nos suponía el qué poner para comer. Si cordero o cochinillo, si capón o el recomendado conejo, si rodaballo o mero, si foie-gras o el paté de perdiz, si los carabineros o langostas, si gambas blancas o langostinos, si un poco de caviar o jamón ibérico de bellotas, o, ¡qué narices!, ¿por qué no de todo un poco? Claro, eso es lo más acertado poner de todo, que no falte de nada, “más vale que sobre” (¡más vale que sobre!).
Pues, ¿saben?, en aquellos momentos en los que uno de nuestros principales problemas era la compra, por la indecisión y el temor de no encontrar aquellas codiciadas piezas de carne, de pescado, de mariscos para abastecernos en la mesa de forma desenfrenada, en aquellos precisos momento, en esos instantes en los que nuestra preocupación era esa, en un lugar de del planeta, nuestro planeta, éste, estaba muriendo un niño, menor de cinco años víctima, precisamente, de la desnutrición, de no tener absolutamente nada que llevarles a la boca que les pudiera salvar su incipiente vida.
Cada día 24.000 personas mueren de hambre en el mundo y, de ellas, 18.000 son niños y niñas de entre uno y cuatro años. Ahí están los datos; no me los estoy inventando se pueden contratar perfectamente en la red de redes. Me aterroriza, me apenan, me entristece, me indigna, me avergüenza…
¿Se imaginan a ese pequeño implorando un poco de alimento para poder vencer su inminente muerte, mientras su madre impotente y también hambrienta contempla como se va apagando lentamente la efímera vida de su hijo que sostiene sin fuerza en sus brazos hasta el último momento, sin solución?… Pero eso no es noticia. ¡Qué triste!, seguro que ningún medio de comunicación, audiovisual o escrito, al iniciar este año, lo reflejará en grandes titulares, ni tan siquiera se harán eco de esos datos. Quizás algún que otro periódico lo refleje en el más recóndito hueco de la página más inadvertida con un pequeñísimo texto de apenas unas escuetas líneas. Y son muertes de niños, jóvenes, adultos, mayores, de seres humanos, como tú y como yo; absolutamente igual que nosotros, que se producen diariamente. Pero, eso sí, por ejemplo, la aptitud delictiva, los amoríos, los devaneos, las inclinaciones sexuales, las divagaciones, la asquerosa vida de algunas folclóricas y sus queridos, acaparan los grandes titulares y todo el espacio que haga falta.
¡Repugnante!
Podría seguir, pero no quiero abusar de vuestra magnanimidad. Ustedes, estimados lectores, ya sacarán sus propias conclusiones. Invito a la reflexión, a un análisis profundo, de esta triste situación de hambre y pobreza que millones de seres humanos padecen en el planeta mientras que otros nadan –o nadamos– en la más absoluta opulencia.
Quizás, entre todos podríamos dar con El Hilo de Ariadna, aunque ya sabemos quién o quiénes tienen la clave para solucionar este terrible y terrorífico problema del hambre y la miseria en el mundo, que no son ni más ni menos que la mayor parte de los gobernantes de este planeta, movido por los egoístas intereses políticos y económicos impuestos por el feroz capitalismo liberal, en manos de las grandes potencias multinacionales que extorsionan a naciones enteras, haciéndolas cambiar de régimen, llevando a los pueblos al límite de la desesperación e incluso a la guerra. Qué triste es pensar que muchas veces el poder, todo él, en vez de preocuparse por este problema del hambre, que indudablemente tiene solución, sea una auténtica mafia organizada, hermética, dispuesta siempre a sacrificar a quien sea, mientras nos dejan juguetear con las ideologías, la libertad, las religiones…¡Ay las religiones!
Con este modesto artículo quiero dejar patente mi más enérgica protesta por esa injusta situación, por esos niños que mueren cada año, cada mes, cada día, cada instante víctimas de esa ignominia cruel y despiadada que es el hambre.
Pepe Oneto