¡DE VERGÜENZA!
El mundo de la gastronomía cada vez cobra más adictos, lo cual indudablemente es bueno. Pero este aumento de nuevos aficionados al yantar lleva consigo que los especuladores de turno saquen partida al movimiento gastronómico. Ahora todos parecen entender de comer y beber, todos se erigen como expertos en esta materia, todos saben de vino, todos saben de cocina… Luego, a la hora de la verdad, resulta que esos entendidos de boquilla lo que demuestran es ser unos perfectos impostores malévolos que lo que realmente quieren es beneficiarse y enriquecerse rápidamente a costa de esta noble y encantadora actividad como es el Arte Culinario. Sí, un arte como otro cualquiera que mueven unos determinados artistas, los de verdad, que casi siempre permanecen en el más absoluto anonimato, mientras que esos nuevos “técnicos” en la materia alardean de ser ellos casi los inventores del asunto, tan sólo porque, compatibilizando con su actividad principal, deciden engancharse al carro. Esto sólo tiene un nombre: intrusismo gastronómico. ¡De vergüenza!
Gente sin ninguna noción de hostelería, procedente del espectáculo, de las letras, la política… que todos tenemos en mente, sin tener la más remota idea, ni espíritu, ni vocación por esta digna actividad, se convierten de la noche a la mañana en empresarios hoteleros. Abren cafeterías, cervecerías, restaurantes e incluso hoteles, a diestro y siniestro, creyéndose hábiles conocedores de los entresijos que encierra esta profesión, como si ésta se aprendiese en dos días.
Y muchos de estos flamantes e insólitos hoteleros de tres al cuarto, tienen la cara dura y desfachatez de discutir con los verdaderos profesionales, por ejemplo, sus jefes de cocina o jefes de sala, cuestiones estrictamente técnicas relacionada con su oficio. Y lo peor es que hasta se lo creen ellos mismos, llegando incluso, en muchos casos, al onanismo mental. Lo que supone un auténtico sarcasmo.
Esto es una falta total de respeto a esas miles de personas, mujeres y hombres, que desde muy temprana edad han estado, y están, ahí luchando por este sector, gente humilde y anónima que con su duro trabajo y tremendo esfuerzo siempre en silencio han hecho posible situar a este maravilloso y apasionante mundo en el lugar que le corresponde.
Pero el intrusismo en el mundo de la gastronomía, de esas gentes ávidas de incrementar sus ingresos de una manera rápida, no acaba exclusivamente en suplantar a esas personas fidedignas que se dedican a esto de toda la vida, trabajadores o empresarios, sino que el fisgoneo en este asunto del comer y el beber va más allá. A menudo vemos en determinadas televisiones, algunas de ellas públicas para más INRI, a gente que hace programas de cocina que para freír un huevo no saben si echar antes el huevo o el aceite. O en determinadas tertulias radiofónicas, de conocidas emisoras, solemos escuchar a contertulios que no tienen la más remota idea de los fogones, dar consejos de cocina. Y ya para colmo de la cara dura, por si fuera poco, algunas actrices, que todos sabemos, hasta escriben libros de cocina. Desde luego la desvergüenza no tiene límite.
Verán, este sector, el de la cocina, ya se ha transformado en algo más que una actividad lúdica y festera, aunque también lo es, de un grupo de amigos para celebrar un guiso en el campo o un divertimento para pasar el fin de semana experimentando en casa nuevas sensaciones culinarias, que también lo es y me parece perfecto, o para sorprender a los nuestros con una buena comida, que igualmente lo es también, para convertirse, como ya lo es, en uno de los pilares más importantes que sostienen el turismo. En consecuencia, la gastronomía española es uno de los mayores motores económicos de nuestro país. O dicho de otra forma, la cocina nos proporciona riqueza. Así que imagínense ustedes la importancia que tiene y la que le tenemos que prestar al asunto. No es ninguna broma.
Oneto