¿Y si fuera un Celtics-Lakers?
La noche del domingo deparó un regalo a los aficionados al baloncesto y en especial a los de la NBA. En un fin de semana atípico, de ventanas FIBA, la noche del domingo quedó perfecta para degustar y paladear todo un clásico mundial del baloncesto, Lakers-Celtics. Sí, un clásico mundial porque nadie como la NBA ha sabido exportar una rivalidad nacional a todo el planeta. Lo que en teoría debería ser un duelo de rivalidad entre los dos equipos más laureados de la historia de su liga en Estados Unidos, concerniente y de interés para los aficionados locales, hace tiempo que se convirtió en algo de todos, ya es patrimonio de la humanidad.
Igual da que hayas nacido en Massachussets, en California, o a miles de kilómetros y tu vida esté a miles de kilómetros. Personas de todo el mundo que jamás han estado ni en Boston ni en Los Ángeles están tan familiarizados con los términos Staples Center, púrpura y oro o showtime, Garden, orgullo verde etc. como con su deporte de cercanía, su equipo favorito en su provincia o en su país.
Lejos de los tiempos en los que la NBA era una liga tan lejana como la luna, de aquellas imágenes borrosas en cuentagotas de jugadores que hacían cosas increíbles, mates de vértigo y velocidad del balón como no se conocía en Europa, hemos pasado a una liga servida en bandeja por internet y los nuevos vehículos de comunicación tan cercana como las ligas propias o los equipos cercanos.
Los jóvenes están tan familiarizados con Lebron James, Anthony Davis, Jayson Tatum, Stephen Curry, Kevin Durant, Giannis Antetokounmpo, James Harden, Kyrie Irving etc como con los jugadores de su equipo, el equipo de su barrio, su ciudad o el equipo favorito de su país. En ocasiones incluso más familiarizados con jugadores que juegan a miles de kilómetros. Sin la pasión cercana del equipo cuya temperatura conoces y cuyos colores forman parte de tu piel, pero con un sentido de pertenencia que va por gustos y afinidades y que tiene legión de seguidores en todo el mundo, un Celtics-Lakers sería de nuevo la final soñada.
La NBA ha conocido en los últimos años campeones que han roto el molde con su baloncesto, como los Golden State Warriors, un equipo que ha enamorado con su baloncesto vertiginoso, dinámico y atractivo, con tiradores increíbles, y un equipo con mayúsculas capacitado para defender como una máquina, o de los Miami Heat y Cleveland Cavaliers del Rey Lebron James. Se han visto finales realmente espectaculares, la rivalidad de jugadores ha sustituido a la rivalidad de equipos. Ha sido más bien unos Warriors contra el equipo en el que estuviera Lebron James. También un campeón de autor como los San Antonio Spurs han sido ese equipo campeón que siempre se reinventaba como un terminator, cargaba las pilas un año y volvía a la carga. Tuvimos aquella llamativa excepción con Dallas Mavericks de Nowitzki que sorprendió a Miami. Hemos tenido la irrupción el último año de un equipo que ha hecho historia para conseguir el primer anillo para Canadá. Un anillo muy especial porque era el anillo de Marc Gasol, Ibaka y Sergio Scariolo en Toronto Raptors. El otro anillo de Kawhi Leonard que ya había sido campeón con San Antonio y ahora se propone ser campeón con Los Angeles Clippers.
Hay pocos espectáculos comparables con unas finales de la NBA. Y hay pocos espectáculos comparables con una final Lakers-Celtics. Diez años después de la última final en la que se enfrentaron, el segundo anillo de Pau Gasol, el quinto del desaparecido Kobe Bryant (oh por Dios cuesta tanto aún decirlo, escribirlo, pensarlo, duele tanto), los Angeles Lakers han pasado una larga travesía del desierto y han llegado a este 2020 como los mejores de la conferencia Oeste, segundo mejor equipo de la NBA tras Milwaukee Bucks, y un equipo aún con margen de mejora. Los Boston Celtics están terceros en el Este, tras los imparables Milwaukee Bucks y Toronto Raptors.
Boston no ha vivido tal travesía del desierto como la época post anillo Kobe-Gasol. Los Celtics se reconstruyeron antes y han tocado playoffs y finales de conferencia Este, toparon por dos veces con los Cavs de Lebron James, pero estuvieron ahí. No es el caso de los Lakers, que llevan sin playoffs siete años. Para eso llegó Lebron James a los Ángeles, para ganar el anillo cuando vivía confortable en su casa y era (es) el Rey de Ohio.
El duelo del domingo fue un buen banco de pruebas de lo que sería una final entre los púrpura y ojo y los verdes. Un partido de alternativas, estreno en el marcador, de grandes anotadores pero también de grandes defensas, de diferentes hojas de ruta, de tensión, de polémica, de jugadas dudosas, de canastas que quizá no debieron subir al marcador, de fueras que estuvieron claras, de actuaciones sobresalientes.
Porque entre los mejores salen los mejores. Los jugadores que emergen cuanto mayor es el nivel del partido. Fue el caso de Jayson Tatum, el imberbe de los Celtics que sorprendió en un equipo tan coral y de tanto reparto de esfuerzos y también de anotaciones, que un solo jugador tuviera esa inspiración para ser quien guiara a los Celtics. Tatum fue una máquina de anotar de todas las maneras posibles. Los Lakers buscaron su juego por encima del aro y de transición rápida, pero los Celtics estaban bien aleccionados y no se lo permitieron demasiado. Los verdes hicieron una gran defensa, pero también los Lakers, que en un momento dado empezaron a doblar la defensa sobre Tatum.
En un tiempo éste de baloncesto de pequeños y muchos tiradores, en el que es raro ver más de un alto en pista, los Lakers fueron capaces de salir con equipo alto durante muchos minutos, con gente alta defendiendo a otros más pequeños, como ver a Davis con Brown, ver los dos contra uno de dos altos como McGee y Davis sobre Tatum. Sin Kemba Walker, Tatum asumió más puntos con canastas de auténtico jugón. La defensa de jugadores como Jaylen Brown sobre Lebron James fue importante, un Lebron menos clarividente que otros días y sin embargo decisivo al final con su canasta media vuelta en el último tramo de partido que dejó las cosas casi listas para los Lakers. Lebron y Davis han formado una de esas sociedades que hicieron de los Lakers un equipo campeón. Sin embargo cuando les tapan el aro por arriba o les colapsan la pintura, o no pueden correr, necesitan tiro y ahí no van sobrados, aunque Davis y Lebron tiren bien, aunque haya quien tire bien como Caldwell-Pope o Kuzma, pero sin la respuesta que esperaban de Kuzma por ahora, los Lakers necesitaban un alero alto tirador que han encontrado con Markieff Morris, un jugador que como tantos otros necesita estar centrado.
Los Lakers aun teniendo al mejor asistente de la liga, Lebron James, necesitan y mucho de la clarividencia de Rajon Rondo, todo un veterano que ofreció unos minutos de muchísima calidad ante su ex equipo y ante la atenta mirada de su ex compañero Kevin Garnett en el Staples. Para quienes hemos visto ganar un anillo a Rondo de verde, como núcleo duro de aquellos Boston Celtics, aún se hace algo extraño verle con la camiseta del rival, y estando Garnett delante aún más. Rondo dio un clínic de defensa y dirección en sus minutos. Mientras tanto los Celtics mostraban la mejor versión de lo que son, un equipo solidario, atlético, una roca a la que cuesta superar cuando van todos a una, sin egoísmos.
Por si algo faltara, el tributo a Kobe Bryant de los eternos rivales, ver a toda una leyenda como Bill Russell, el símbolo de los Celtics, sentado en el Staples con la camiseta de Kobe Bryant es una imagen difícil de olvidar, mayor muestra de respeto del baloncesto por el ídolo inolvidable es imposible, éste al que esta noche van a recordar en su funeral público.
Sí, fue un gran clásico, y qué gran final sería, pero no sabemos si Milwaukee, Toronto, Clippers y alguno más pensarán lo mismo.
Imagen: NBA