Velos al vuelo - Excelencia Literaria

Velos al vuelo

ROBERTO IANUCCI

GANADOR DE LA XIII EDICIÓN DE EXCELENCIA LITERARIA

www.excelencialiteraria.com

Saraih no apartaba la vista del espejo de pared mientras su madre le trenzaba el cabello con flores de azahar. Para la ya anciana mujer, ese día iba a ser muy importante en la historia de su familia. Para la joven solo era un recordatorio más de su nula libertad.

Le pusieron un precioso vestido azul con un patrón de flores amarillas. Le calzaron confortables sandalias de cuero nuevo. También la engalanaron con lujosas joyas y le colocaron un fino aro de oro alrededor de su cabeza. Por unos momentos Saraih se sintió una novia feliz en su día de boda. Entonces vino el velo, y la sensación se desvaneció.

El enlace fue tan corto como solemne. Se le hizo raro ver a su prometido con el rostro tapado con el turbante; pocos lo hacían. Por lo demás, fueron unos esponsales envidiables. Pero a pesar de las flores, los lujos y las promesas de un futuro venturoso, Saraih no pudo evitar las lágrimas durante la ceremonia.

Una vez acabó la fiesta, Ahmed se la llevó apresuradamente a una playa escondida. Saraih creía que le daría una paliza por haber llorado. Se suponía que las bodas eran un acontecimiento bonito y feliz, especialmente para la novia. Pero ella parecía haber asistido a un entierro. Sin embargo, cuando el joven se deshizo del turbante, ella sintió un sobresalto.

—¡Laila… !—gritó— ¿Qué has hecho con mi esposo?

Su mejor amiga alzó una ceja con desdén.

—No es tu esposo, Saraih, y nunca lo será. Tampoco te has casado con él, a pesar de las apariencias. Y nunca lo harás. Cuando despierte de la inconsciencia, estaremos muy lejos de aquí.

—Pero cuando descubran el engaño nos darán caza y, entonces…—notó de nuevo las lágrimas.

Laila la cogió por los hombros con fuerza y la obligó a mirarle a los ojos:

—Escucha, Saraih: sabes tan bien como yo que aquí las mujeres no recibimos el trato que merecemos. En otros países somos tratadas como iguales. Así que hemos decidido huir hacia Europa.

—¿Hemos?…

Laila la condujo detrás de unas rocas. Allí había un bote en la arena con doce jóvenes pasajeras, como ella. Algunas estaban embarazadas, otras tenían a sus criaturas en brazos y todas tenían una llama guerrera en los ojos.

—Ya estamos todas —anunció Laila, empujando la embarcación hasta el mar.

Saraih subió al bote. Una vez entraron en el agua, se apoderó de un remo y comenzó a bogar mar adentro.

Cuando se encontraron a cierta distancia de la orilla, decidieron tomar un descanso. Entonces, como si lo tuvieran ensayado, las muchachas se quitaron los velos. Catorce velos se elevaron con el aire para perderse en el mar.

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