El examen
Irina Galera
Ganadora de la X edición
Una noche más, las voces de sus padres desgarraban la atmósfera de la casa. Daniel las escuchaba agazapado bajo las sábanas. Se tapaba los oídos con la almohada para mitigar aquellos gritos. Pensaba que si se concentraba, conseguiría que su deseo se hiciera realidad: que el matrimonio se reconciliara. Pero la telepatía no le funcionaba, a pesar de que repetía en su mente, como un mantra: <<Por favor, haced las paces>>.
Al día siguiente tenía un examen de Historia que apenas llevaba preparado, pues durante la semana había tenido que encargarse de su hermano pequeño, ya que sus padres trabajaban fuera de casa hasta la hora de la cena. Por si fuera poco, una vez llegaban al hogar discutían sobre las facturas acumuladas en el buzón. A Daniel le costaba recordar la última ocasión que los vio felices.
El muchacho estaba en cuatro de la ESO y sus padres le insistían en que pronto empezaría a trabajar, así que no tendría que seguir estudiando. Pero Daniel quería continuar su formación, aunque ellos no compartieran su deseo. Sus padres consideraban que la lectura, las Matemáticas, la Biología… estaba sobrevaloradas. De hecho, el único libro que manejaban era un manual para reparar el motor del coche.
En otra casa de la misma ciudad, Esperanza, compañera de clase de Daniel, repasaba sus apuntes en un salón amplio, decorado con cuadros costumbristas. Había varias estanterías llenas de libros; sus padres adoraban la lectura y le habían transmitido el culto a la Literatura. Su autor favorito era Carlos Ruiz Zafón. Aquella tarde, además, su padre se había sentado a tocar el piano y las notas musicales parecían ascender por la estancia.
Su madre entró en el salón y le preguntó si había terminado de estudiar el tema dedicado a los visigodos. <<¿Quieres que te lo pregunte?>>, le propuso. Esperanza le entregó sus apuntes y le recitó el temario.
La muchacha sabía que si sacaba buenas notas en el bachillerato y en la prueba de acceso a la Universidad, podría estudiar donde quisiera. Tenía la vista puesta en Madrid y se esforzaba con ahínco para que su deseo se hiciera realidad.
A la mañana siguiente los nervios pululaban por el aula con una entidad propia. Los alumnos tomaron asiento y el profesor comenzó a repartir las hojas. Daniel miró el folio con un ligero mareo. Había dormido mal; sus padres discutieron hasta las tantas. A su vez, Esperanza leyó las preguntas y una sonrisa le iluminó el rostro. <<Podéis empezar a contestar>>, dijo el profesor.
Daniel y Esperanza tenían altas capacidades. Podían llegar a ser brillantes, pero solamente uno iba a conseguirlo.