La llave - Excelencia Literaria

La llave

Mónica Montero

Ganadora de la XIV edición

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Emma durmió aquella noche como no lo había conseguido desde hacía un año.

Llevaba tiempo deprimida. Le faltaban las fuerzas. Había dejado de disfrutar con la compañía de sus amigos. Lo mismo le había sucedido con sus aficiones, que dejó apartadas. Algunos días ni siquiera salía de la cama.

Se levantó cansada, a pesar de todo. Aunque tampoco tenía ganas de ir a la universidad, se duchó, se vistió y tomó un rápido desayuno. Cuando fue a coger el bolso, antes de salir de casa, descubrió una llave sobre la cómoda de su cuarto. Extrañada, la examinó de cerca y, en ese instante, se formó una cerradura en uno de los laterales del espejo de cuerpo entero que tenía colgado en la pared. Aunque el miedo se apoderó de ella, su curiosidad ganó la batalla.

Emma tomó la llave, la introdujo en la cerradura y abatió el espejo como si de una puerta se tratara. Dudó en cruzarlo, hasta que se dio cuenta de que no tenía nada que perder. Entonces tomó una profunda bocanada de aire y se adentró.

Apareció en un extraño bosque, dónde el aire que respiraba y el frío que la envolvía le sumergió en una gran tristeza. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Decidió volver a su cuarto, pero al darse la vuelta se encontró con que el espejo había desaparecido. Emma Se desplomó en el suelo. Deseaba escapar de aquel lugar cuando, de repente, una voz la sobresaltó.

Era Santi, su novio. Parpadeó la muchacha, conmocionada, pues Santi falleció un año antes en un terrible accidente de coche. Desde entonces Emma no había vuelto a ser la misma. En un arrebato de dolor decidió borrarlo de su mente, y para ello se deshizo de las fotografías en las que él aparecía y de todo aquello que le recordara su presencia.

Santi se esfumó en un instante. Emma, asustada, se puso a caminar en busca de una salida. Conforme avanzaba por el bosque, se fue encontrando árboles de cuyas ramas colgaban imágenes de los recuerdos junto a su novio: el día en el que se conocieron, su primera cita, los viajes y los numerosos conciertos a los que acudieron. Por primera vez tras un año de olvido voluntario, Emma se enfrentó a aquellos momentos que quiso olvidar con el fin de aliviar su dolor. Y rompió a llorar. Santi, que había vuelto a su lado, la abrazó y besó en la frente, pero sin pronunciar una sola palabra.

Cuando Emma abrió los ojos arrasados de llanto, Santi no estaba, tampoco el bosque. Se encontraba de nuevo en su habitación. ¿Acaso había sido un sueño?

Lo fuera o no, aprendió a que es necesario aceptar el pasado para ser libre y poder avanzar.

 

Mónica Montero

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