Las armas de la felicidad - Excelencia Literaria

Las armas de la felicidad

Manuel Sureda

Ganador de la XVI edición

www.excelencialiteraria.com

 

¿Deben las universidades enseñar a sus alumnos cómo resolver un problema concreto o, en cambio, darles las herramientas para que puedan solventar cualquier dificultad que se les presente? Esta pregunta, de respuesta más que evidente, la extrapolo de la frase de Clayton M. Christensen: <<Instead of telling him what to think, I taught him how to think>>, en la que se refiere a Andrew Grove, director en aquel momento de la compañía INTEL, a quien explicaba su teoría disruptiva. Christensen me sugiere la necesidad que tenemos los jóvenes de recibir una formación apropiada para que desarrollemos un criterio propio que nos haga dueños del destino.

 

Al tiempo que un individuo va forjándose su propio criterio, ha de pararse de vez en cuando a meditar por qué hace lo que hace y si aquello a lo que está dedicando su tiempo y energía le conduce a la felicidad. Para poder responder a estas dos cuestiones, es necesario que cada uno descubra cuál es su propósito vital.

 

Normalmente, el propósito vital está alimentado por una creencia superior que, además de dar un sentido al esfuerzo para alcanzar el objetivo que nos planteamos, nos ayuda a no caer en la desesperanza cuando aparecen los obstáculos. En mi caso, desde pequeño el afán por la lectura y el conocimiento del mundo me despertó ciertas inquietudes sobre la desigualdad social que hay entre los países desarrollados y los subdesarrollados e, incluso, en el interior de ambos. La búsqueda del mejor método para aportar un granito de arena a la prosperidad de la sociedad hizo que me decantara por el estudio de una ingeniería civil y de ADE, pues me ilusionaría ayudar al prójimo más necesitado mediante el desarrollo de infraestructuras que le hagan la vida más fácil. Pero este proyecto perdería parte de su significado si mi único objetivo fuese lograr una buena remuneración. Como decía, hay algo más grande que da sentido a nuestras obras. En mi caso es el amor a Dios, pero para otros puede ser la ejemplaridad ciudadana, la búsqueda de la justicia, la defensa de lo que considera éticamente correcto…

 

Ya he ofrecido la respuesta a la primera de la pregunta: descubrir cuál es nuestro propósito vital y, después, qué vida profesional se adecua para que podamos realizarlo. Es cierto que los recursos materiales y las capacidades de las personas son muy variados, lo que nos condiciona en gran medida a la hora de escoger un empleo. Sin embargo, hay algo muy importante a tener en cuenta: la felicidad se puede encontrar en cualquier trabajo digno, pues somos nosotros los que decidimos cómo afrontamos ese trabajo. En el cuidado de los detalles cotidianos (tratar amablemente a los clientes, entregar los informes a tiempo o echar un cable a los compañeros cuando haga falta) marcará la diferencia.

 

También es fundamental que se nos brinde la oportunidad de crecer en conocimientos y responsabilidades, así como que se nos reconozca el trabajo bien hecho. Formar al personal debe ser uno de los objetivos de las empresas, en el que cada equipo directivo debe jugar un papel relevante.

 

Otra de las armas en el camino hacia la felicidad, es la familia. Hay que tener en cuenta que el ser humano es social por naturaleza, es decir, que las relaciones afectivas son fundamentales en nuestra vida. Por eso debemos dedicar tiempo de calidad al trato con las personas a las que queremos. La persona que invierten solo en su trabajo, en detrimento de su familia y amigos, fracasa.

 

Y, por último y aunque sorprenda, la felicidad nos exige hacernos una pregunta: ¿Cómo puedo evitar la cárcel? La cuestión surge a raíz de una de las tentaciones más peligrosas que nos pueden pasar la cabeza: <<Sólo por esta vez>>, que esconde una justificación ante lo injustificable. Según Christensen: <<It ́s easier to hold to your principles 100% of the time than it is to hold them 98% of the time>>. Una persona íntegra, fiel a sus principios, no se corromperá. Al contrario, resistirá esa terrible pendiente en la que uno, por debilitar su conciencia, llega a disculpar el mal para abrazarlo.

 

 Manuel Sureda

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