Capturar el momento
Marta Gabriela Tudela Toledo
Ganadora de la XIII edición
www.excelencialiteraria.com
Me gustaría haber detenido el presente para quedarme en él toda la vida: en aquel viaje a Venecia, en una cena en Harvard Square, en las noches que dormí con mamá… Ojalá pudiera parar el reloj y bajarme de la vida, como dicen los de mi generación, porque para qué seguir viviendo si ya alcancé la felicidad.
Quizás sea el miedo a no volver a experimentarla lo que me empuja a querer parar esas vivencias para convertirlas en un eterno día de la marmota. Lo pienso tantas veces… y tantas veces me entristezco al saber que no es posible.
El paso del tiempo es tan inevitable como la muerte. Por eso, a lo largo de los siglos todo va cambiando, desde la geografía (ahí tenemos el fenómeno de La Palma) a las lenguas y las costumbres. Cualquier elemento –físico o intangible– es susceptible de sufrir transformaciones, salvo el curso incesante de los segundos.
Pueden parecer reflexiones deprimentes en una persona joven como yo, pero nada puedo hacer, no está en mi mano ver la realidad de otro modo; es lo que hay. Me resigno al pensar que el tiempo avanza, con independencia de mis preferencias. Pero es entonces cuando me surgen pensamientos más optimistas que me convencen de que las situaciones alegres no se dan de forma aislada, como tampoco las penas. Por tanto, sé que pronto podré volver a disfrutarlas. Es más, reparo en que si el tiempo se hubiera congelado en mi primer momento de dicha, me hubiera perdido los siguientes, hubiera omitido lecciones, aprendizajes, nuevas amistades… Experiencias que formaron los buenos recuerdos no se hubiesen dado, así que forzar un parón, lejos de tener beneficios, me traería pérdidas considerables.
Entonces vuelve la calma, y a esta le sigue una profunda sensación de agradecimiento interior. Busco a alguien a quien poder dirigir esa gratitud por tantas vivencias que considero memorables: mi familia, los amigos, los conocidos y Dios, en primera instancia. Llega el momento de reafirmar mi fe, de darme cuenta de lo difícil que se me haría no tenerla (porque entonces, ¿a quién podría dar las gracias por la vida?).
Apago la luz. Suele ser medianoche. Y me duermo tranquila.