Canelones sin pasta y bechamel sin harina
María Pardo
Ganadora de la XIV Edición
www.excelencialiteraria.com
Me ha sorprendido una publicación de Instagram que enunciaba: “Canelones sin pasta y bechamel sin harina”. No es una broma: el post consiste en un par de recetas cuyo ingrediente principal ha sido reemplazado por otro. Algo parecido ocurre en muchos ámbitos de nuestra vida: dejamos de lado lo importante -porque cuesta, porque da pereza, por el qué dirán- y nos conformamos con un sustituto mediocre, tan mediocre como cambiar la harina de trigo por coliflor, que es lo que sugieren esas dos recetas.
En las relaciones afectivas, el amor –centro y principio– es ahora accesorio, que si se da, bien; y si no, también. Claro que no me refiero al <<le quiero porque me trata bien>>, sino al amor auténtico y profundo que atraviesa el alma –perdone el lector mi cursilería: tengo diecinueve años y me nutro de los romances de la literatura clásica; es lo que toca–.
En los centros educativos, la transmisión del conocimiento ha pasado a un segundo plano. Parece como si el objetivo actual fuera que el alumno se sienta libre para hacer lo que le venga en gana sin que nada ni nadie hiera su sensibilidad, no vayamos a tener problemas…
¿Y los hogares? No pocas veces dejan de ser núcleos de amor, de unión y de refugio. Antes bien, parecen hoteles donde cada “huésped” lleva una vida del todo independiente. Así me lo recuerda mi padre cuando me ve poco por casa: <<María, esta no es la Pensión Basagoiti>>, sentencia demoledora que siempre surte efecto (que sea positivo, ya es otra cosa porque depende de mí). No pretendo que padres y hermanos tengan que andar siempre de la mano –inviable si hay jóvenes de por medio–, pero no estarían de más ciertos mínimos, aunque sean por deferencia: actos tan sencillos como dar los buenos días, despedirse al salir de casa o preguntar qué tal ha ido el día, incluso cuando tenemos la cabeza centrada en nuestras cosas. Y, por supuesto, cierta implicación compartida en las tareas del hogar.
En la misma línea, conozco muchas formas de vivir el “cristianismo” en las que falta Cristo. Nos refugiamos en oraciones robóticas que nacen de la memoria, no de la fe ni del corazón. Pasamos por la iglesia sin saludar al Anfitrión, y recibimos los sacramentos como quien se quita los zapatos al llegar a casa. Nuestra vida ordinaria tampoco se identifica con la Suya, porque sustituimos a Dios vivo por el recuerdo de una figura histórica. Y nos quedamos tan anchos.
Se me ocurren otros mil ejemplos, como los informativos que no informan o que lo hacen mal, o como la música que se compone desde el teclado de un ordenador (¿qué fue de la escala mayor que nos enseñó la hermana María, en “Sonrisas y Lágrimas”?) o como el lenguaje, que tan a menudo reemplazamos por cuatro palabras vulgares y tres verbos mal conjugados.
Cuando vi en Instagram la publicación de ambas recetas, supe que esos platos quedarían menos sabrosos que el original. No hay que tener un paladar fino para darse cuenta del engaño. Pues lo mismo ocurre con todo lo demás: aunque nos vendemos los ojos, el corazón verá a través de la tela. Porque el amor sin amor, duele; porque la familia que ya ni siquiera lucha por la concordia, sufre; porque la espiritualidad sin Dios… ¿cabe la espiritualidad sin Dios?; porque mis oídos lloran ante esos sonidos en serie a los que llaman “música”.
Si arrancamos el corazón de las cosas, estas acabarán muriendo. Mantengamos la vida con vida, evitemos obviar lo importante, llenémonos el estómago de canelones con pasta y bechamel con harina.