En catorce minutos - Excelencia Literaria

En catorce minutos

 

Felipe Gabriel Beytía

Ganador de la XVIII edición

www.excelencialiteraria.com

 

Aquella madrugada, Pepe pensó maravillado en lo mucho que un simple mensaje puede cambiar la vida. Se había despertado mucho más temprano de lo usual, al punto de que aún seguía oscuro. Se acercó al cuarto de baño. Al encender la luz, esta fue como una flecha que se le clavó en los ojos. La apagó al instante. Después se miró en el espejo, y soltó una risa breve ante la imagen de su desordenado cabello.

Volvió a su cuarto y, a pesar de la oscuridad, preparó la ropa que se iba a poner aquel día que llevaba tanto tiempo esperando: una camisa violeta y pantalones de color verde, <<Un atuendo bastante creativo>>, pensó. Ataviado con aquel colorido, iba a asistir por primera vez a un concierto del dominicano Juan Luis Guerra. Estaba emocionado.

Dejó las prendas sobre una silla y volvió a la cama, dispuesto a descansar durante unas horas. Antes agarró su teléfono y revisó la hora: las cinco y diecisiete. Decidió sacarse un selfie y lo publicó de seguido en Instagram.

Aquel fue el momento en el que Pepe pensó maravillado en lo mucho que un simple mensaje puede cambiar la vida, pues el teléfono sonó a los pocos minutos, dando a entender que tenía una notificación.

<<¡Vaya! Un mensaje de mamá. ¡Qué extraño!…>>, y es que ella no solía escribirle.

“Pepe, bello, el abuelo acaba de fallecer”.

El teléfono se le resbaló de las manos. Eran las cinco y treinta y uno de la mañana. Sus pensamientos se nublaron, hasta que fue capaz de razonar en que hay veces en las que no es posible hacer nada, ni moverse, ni pensar. En esos momentos uno solo anhela un abrazo.

<<Pero, ¿a quién voy a abrazar?>>.

Sus padres vivían en otra ciudad.

<<¿A mi hermana?>>.

Ella dormía en la otra habitación y Pepe no quería molestarla

<<¿A mi compañero de habitación?>>.

Aquel chico era un buen amigo, pero no tenía la suficiente confianza como para despertarlo.

Se quedó mirando al techo, dudando en cómo proceder.

<<¿Existe, acaso, algún manual que señale los pasos a seguir cuando ocurren cosas como esta?>>.

Sabía que la mayoría de los seres humanos buscan consuelo en otras personas.

<<Pero, ¿y qué si no hay otras personas en las que buscarlo?>>.

—¿A quién llamo? —suspiró al fin —. A nadie; estoy solo.

Pepe pensó, maravillado, en lo mucho que un simple mensaje puede cambiar la vida. Un solo mensaje como el que había recibido de su madre.

Apenas se movió durante las últimas horas de la noche. Sin embargo, no lloró. De hecho, hizo de todo lo posible para no hacerlo.

<<Lo del abuelo era algo que iba a ocurrir, al fin y al cabo>>, se dijo. <<Tiene que estar en un lugar mejor. Ya dejó de sufrir>>.

Cogió unos auriculares y se puso algo de música, por si aquello le calmaba.

“¿Está seguro de que quiere subir más el volumen? Podría dañar sus oídos”.

Ignoró la recomendación de aquel aparato.

Tras unos minutos, su hermana abrió la puerta del cuarto.

—Sí, ya lo sé —señaló Pepe sin darle tiempo a soltar una sola palabra.

Tan rápido como había aparecido, su hermana cerró la puerta y volvió a su habitación. Eran las siete y veintidós de la mañana.

Pepe siguió castigando sus tímpanos, hasta que el dolor le obligó a quitarse los auriculares. Eran casi las nueve. Salió de su cueva para lavarse el rostro. Al salir del baño se topó con su hermana. Ya se había arreglado, pues tenía que hacer una presentación en la universidad.

Él se le acercó de forma un tanto torpe para decirle:

–Necesito un abrazo.

Y allí, en los brazos de su hermana mayor, rompió en llanto como si fuera un bebé.

Pepe pensó maravillado en lo mucho que un simple mensaje puede cambiar la vida.

 

 

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