Por un par de bocatas
Juan Pedro Gálvez López
Ganador de la XVI edición
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Hoy he hecho un nuevo amigo. Se llama Pasquale, es de Nápoles, y me ha pedido algo para comer.
Cuarentón, con algo de barriga, una barba poblada que casi oculta su sonrisa y apretadamente abrigado para defenderse del frío húmedo de Milán, llevaba una pequeña bolsa y una galga repleta de papeles.
No sé qué le ha empujado a acercarse a mí, pues la calle se encontraba atiborrada de gente. Quizás se deba a que yo iba más arreglado que los demás, ya que había acudido a visitar esa misma mañana “La última cena”, de Da Vinci, después de varios meses en la lista de espera, o quizás era la bolsa del supermercado en la que portaba lo necesario para sobrevivir durante la semana y que, por su peso, tenía que cambiarme de mano a cada pocos pasos.
Según me ha contado Pasquale, hace poco que se mudó a Milán con su mujer y sus dos hijos, en busca de un empleo. De casualidad, hoy se encontraba por aquella zona de la ciudad repartiendo por los comercios las copias de su currículum que llenaban la galga. Con sencillez, me ha rogado que le diera algo para que almorzaran sus hijos. Así que, una vez he dejado la compra en casa, me he acercado con él al bar más cercano.
A cambio de un par de bocadillos, hemos mantenido una maravillosa conversación. Me ha contado su historia, hemos hablado de nuestro común amor por las tierras del sur de Italia, de mis estudios, de su búsqueda de trabajo, de todo y de nada. Nos hemos despedido con un choque de puños y un «in bocca al lupo![1]«, antes de que cada cual se fuera por su lado: él con sus dos bocadillos y yo con algunos euros de menos en el bolsillo, pero con una persona más de la que acordarme.
Tengo que ser sincero: tanto durante como después del encuentro, he dudado sobre la veracidad de su historia. Es posible que se haya inventado todo, incluso que lo haya hecho sobre la marcha, y que al doblar la esquina se haya zampado los dos bocadillos él solo porque no tenga mujer ni hijos que le aguarden. Sin embargo, en realidad da lo mismo. Como mucho, me ha engañado a cambio de una comida frugal; como poco, me ha permitido asistir y, sobre todo, escuchar a una persona que lo necesitaba. Y, por si fuera poco, he ganado una historia que contar.
[1] “¡Buena suerte!“ o “¡A por todas!”