Despertares
María Pardo
Ganadora de la XIV edición
www.excelencialiteraria.com
Todos experimentamos, con mayor o menor frecuencia, despertares. No hablo de la interrupción matutina del sueño, sino de esos momentos en los que abrimos los ojos a una realidad que desconocíamos.
Estos desvelos pueden ocurrir de manera súbita o gradual. Su diferencia es similar a la que se da entre despertarse un lunes con el sonido estridente de la alarma y hacerlo con la tranquilidad y dulzura de una perezosa mañana de domingo. Sin embargo, a veces no nos damos cuenta de que hemos despertado hasta bien avanzado el día, cuando miramos atrás y advertimos la oscuridad en que vivíamos sin saberlo.
Son muchos los instrumentos capaces de provocar esta interrupción del sueño: una buena lectura, una conversación, una conferencia o un rato de meditación (para los creyentes, además, juega un papel esencial el Espíritu Santo, quien se encarga de alumbrar y espabilar con Su luz). Y son distintos los motivos por los que vivimos adormecidos: pasividad, inmadurez, desconocimiento invencible o ingenuidad, entre los más comunes. A mi parecer, el más grave es la ignorancia voluntaria.
El desconocimiento vencible es una enfermedad propia de quienes cuentan con los medios para formarse y crecer, pero reniegan de ellos por desgana o, peor aún, por la falsa creencia de que saben lo suficiente. Son mentes cansadas, convencidas de que no queda nada que merezca la pena ser descubierto.
La antítesis a esta plaga son los “buscadores”, inconformistas que apuestan por vivir despiertos a la belleza, la trascendencia y la complejidad de la vida. Y no sólo para (ad)mirarla, sino para sumergirse en ella. Un buscador sabe que el problema no reside en ser ignorante o sentirse perdido, sino en negar la realidad. Por eso, no teme hacer preguntas, pedir direcciones o tener que reinventar su ruta, pues le emociona la expectativa de un infinito por explorar. Los buscadores, antes o después, despiertan.
Mi abuelo fue un buscador hasta el día que subió al cielo. Cuando casi no podía despegar los párpados, cada tarde hacía un increíble esfuerzo por leer dos frases de un libro. «El día que te das por vencido, has muerto», decía. Estaba persuadido de que todos estamos dormidos en algún aspecto de la vida, por lo que siempre merece la pena abrir los ojos, aunque nos cueste.
La vida consiste en despertar una y otra vez… hasta que lo hagamos de forma definitiva.