Ahora me ves
José María Olmedo
Ganador de la XVII edición
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«Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas», era la frase preferida de Roberto, que por lo visto había recitado el mismísimo Einstein. Además, no solo era una sentencia acertada acerca de la realidad en general, sino que concordaba a la perfección con la vida del muchacho, quien desde hacía unos años veía fantasmas.
Roberto había nacido aquejado de autismo, y lo que empezó como una leve falta de comunicación y expresión de sentimientos, había derivado en un encerramiento en sí mismo, hasta el punto que no hablaba con nadie ni conseguía dibujar expresión alguna en su imperturbable rostro.
Sus padres lo habían intentado todo con tal de que mejorara. Lo llevaron a psicólogos privados e incluso lo ingresaron en un internado para niños con discapacidades psíquicas, pero nada le hacía mejorar.
Un día, Helena, la mujer que trabajaba en las labores del hogar, se llevó una gran sorpresa cuando, mientras limpiaba el pasillo, escuchó voces en el interior de la habitación del chico, que meses atrás había cumplido catorce años:
–¿Quién eres?… Yo soy Roberto… ¿De verdad?… ¡Eso es imposible!
Persuadida de que un extraño se había colado en la casa y encerrado en el cuarto de Roberto, telefoneó asustada al padre del chico. Éste le dijo que esperase tranquila, pues estaba de camino e iba a llamar a la policía. Pero la paciencia no era una de las virtudes de Helena. Armada de valor, abrió la puerta, decidida a enfrentarse a quién estuviese allí.
–¡Deje al chico! – exclamó mientras irrumpía en la habitación–. La policía está de cami…
Se quedó paralizada al ver a Roberto sentado en su cama, pues el mueble flotaba en el aire. Con un grito de terror bajó apresuradamente las escaleras y salió a la calle dando voces:
–¡El demonio!… ¡El demonio está en esta casa!
Cuando los padres de Roberto llegaron y se enteraron de lo sucedido por medio de los vecinos, pensaron que la mujer se había vuelto loca. Prefirieron no darle importancia a aquel arrebato, debido a que Helena tenía tendencia a las exageraciones.
El padre se ocupó de la policía. Explicó a una pareja de agentes que todo había sido un malentendido. El chico seguía en su habitación, incapaz de contar qué le había pasado.
Nadie sabía que desde unas horas antes, se encontraba en su habitación, leyendo, ajeno al resto del mundo. Se había sumergido en un ensayo sobre el cultivo de cereales en África. Inesperadamente, oyó un ruido procedente de su armario. Al principio no le dio importancia y siguió enfrascado en la lectura, pero cuando volvió a sonar, esta vez más fuerte, decidió investigar qué estaba pasando. Abrió el armario, pero no vio nada extraño, así que lo cerró para seguir con el libro.
Inmediatamente, las puertas se volvieron a abrir. Roberto, asustado, cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, se encontraba tumbado en la cama, mirando fijamente a una figura que permanecía de pie. No tenía rostro, ningún rasgo que la distinguiese físicamente. Era como una silueta, una sombra, un…
–Fantasma. Eres un fantasma –le dijo Roberto, que había leído algún que otro artículo acerca de sucesos paranormales. Se sorprendió a sí mismo ante la gravedad de su voz. Hacía tanto tiempo que no hablaba, que había pasado por alto el cambio de tono propio de los adolescentes.
El fantasma se dirigió a él con una voz profunda y cavernosa. Le preguntó por su vida y demostró parte de su poder levantando la cama con Roberto sobre las sábanas. Luego se produjo el incidente con la mujer de la limpieza y el fantasma desapareció, sin dejar rastro.
Pasaron varios días en los que Roberto no volvió a encontrarse con el espíritu. De hecho, llegó a pensar que todo había sido fruto de su imaginación. Pero una mañana, de pronto, volvió a retumbar el interior del armario y las puertas se abrieron de golpe. Roberto volvió a ver la silueta. Esta vez le sonreía de modo inquietante, sobre todo porque seguía careciendo de rostro.
A partir de entonces, a menudo Roberto recibía la visita de aquel fantasma. También empezó a distinguir otras sombras por las calles de su vecindario cuando caía la noche. El autismo, que el mundo califica como una enfermedad, se convirtió para él en un don y una oportunidad para saber qué hay más allá de la realidad.