‘Brujas y santas’: la mujer en la filmografía de Alfred Hitchcock (III)

‘Brujas y santas’: la mujer en la filmografía de Alfred Hitchcock (III)

¡Mis queridos palomiteros! Continuamos con el apasionante serial ‘Brujas y santas’: la mujer en la filmografía de Alfred Hitchcock. La semana pasada nos centrábamos en las fases de adoración y fetichismo femenino. En relación con la denominación de “bruja-mujer”, se puede indicar que, por un lado, la presencia de la mujer que no está a la altura de las circunstancias —sea de la acción o de la realidad— se hace terriblemente cargante. Así sucede en Cortina rasgada (1966) con Julie Andrews o con Doris Day en la segunda versión de El hombre que sabía demasiado (1956).

Fotograma del filme de Alfred Hitchcock, Topaz, 1969
Fotograma del filme de Alfred Hitchcock, Topaz, 1969

Por concretar más, basta recordar la escena en la que ella conoce el secuestro del niño. La vemos pasar de la autosuficiencia a la histeria. Esta mujer pierde la noción de la realidad. Es maniática y el hombre no entiende su irracionalidad. En muchos casos no cree al varón hasta que es demasiado tarde. Asunto que ya se comprobó en la lejana 39 escalones (1935).

También podemos hablar de la mujer madura o mayor. Esa que desprestigia su sabiduría femenina, sus rarezas y su deterioro físico. Sin ir más lejos, las “madres” de Los pájaros, Marnie la ladrona o Psicosis describen unos seres temibles. Son acaparadores, negativos y endurecidos.

Desde la perspectiva psicológica de Raymond Bellour, Roger Thornill “es un ser sexual y emotivamente inmaduro. Un “niño grande” que convive con una madre abusiva”. De modo que el malentendido que lo precipita a la aventura instituye la ruptura de ese círculo en el que el protagonista se encuentra encerrado de partida.

La mujer en la filmografía de Alfred Hitchcock también es muy infiel y su máxima representación es Topaz

El origen de este prototipo de mujer se remonta a Atormentada, Encadenados y Topaz (1969). Al acercarnos a ella nos damos cuenta de que su existencia no es necesariamente negativa. Por ejemplo en Encadenados o en Con la muerte en los talones. En estos filmes surge forzada por la condición de espía.

Pero el caso más interesante es el de Topaz (1969), donde el discurso aparente representa una especie de eutanasia de Rico (John Vernon) hacia Juanita (Karin Dor) para evitar que sea torturada. Si aceptamos, como afirman la mayor parte de semiólogos o psicólogos, que la pistola es un elemento fálico, la escena estaría comparando el asesinato de la mujer infiel con el acto amoroso. Un acto especialmente hermoso por ser el último, al final del cual la pistola cae agotada tras el esfuerzo sexual.

El miedo al dominio femenino lo podemos ver claramente en escenas como la de la ducha de Cortina rasgada. En ella, la mujer, interpretada por Julie Andrews, no escucha al hombre y deja a este desnudo, desprotegido, descalzo. Ella, sin embargo, investida de una inconsciente decisión, marcha a recoger un libro dirigido al varón (Paul Newman).

Pero mucho más textual es la imagen de “Tippi” Hedren en Los pájarosde la cual ayer se cumplieron 55 años de su estreno en salas– portando la jaula con los periquitos. Esa imagen sin duda simboliza la determinación de Melanie por cazar a Mitch (Rod Taylor).

Y el dominio por antonomasia, paradigma del control exagerado de la mujer hasta más allá de la muerte, es el caso de Psicosis. El trastorno de Norman no es culpa suya, sino de la tiranía de la “madre”. Aunque a este respecto hay una doble lectura. Un psiquiatra diría que la “madre” de Norman mató a Marion en un arrebato de celos. ¿O fue el propio Norman al sentirse ignorado como amante por Marion?

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